Epecuén, sal y arena, tierra yerma donde solo el cardo ruso asoma su cerrado y seco destino de darle un toque de vida a un paisaje de desolación y caos. Mucho se habla de la antigua Villa, de su esplendor anterior a la creciente, de las aguas que todo cubrieron, sepultando las propiedades e ilusiones de sus antiguos pobladores, pero yo muestro lo que vi., o como yo lo vi, la imagen documental no alcanza para referir el dolor y la destrucción de un pueblo entero, de la tristeza de aquellos que tuvieron que abandonar lo que tenían poco o mucho bajo el manto liquido, tenaz, hambriento de tierras y casas. Aquellas aguas que le habían dado vida al pueblo, se convertían ahora en su verdugo inundando sus cocinas, sus dormitorios su vida toda, lenta pero inexorablemente.
Juan Carlos Ronchieri