Akemí (de Teresa Ternavasio)
Pretendiendo acortar distancias, en ese paraíso de sierras, arroyos y hierbas salvajes, había tomado un atajo equivocado.
La noche descolgaba su manto y Julio Heredia maniobraba su antiguo Chevrolet esperando encontrar algún refugio hasta que las luces del día le ofrecieran la posibilidad de ponerse nuevamente en órbita.
Además con un frente de tormenta, con oscuros nubarrones, que anunciaban precipitaciones, se reprochaba su error.
---Fui un estúpido, no me puede estar pasando esto a mí, después de tantos años de recorrer caminos. Al final, por ganar tiempo, sólo habré conseguido perderlo.
Agitaba su mente con improperios y maldiciones, cuando una ráfaga de viento, levantó el polvo del suelo seco, formando una nube que cubrió casi por entero el parabrisas. Un galope acompasado, sonó en su cabeza y mientras su visión recobraba espacio, la figura de una jinete montado en pelo, en un caballo blanco, cruzaba frente a sus ojos. Altiva, desplegando su cabellera, se le antojó una ilusión por su apariencia fantasiosa, más que una realidad. Quedó perplejo y apresuró la marcha, deseando encontrar un cobijo.
---¿Qué hace una mujer por estas soledades, ya entrada la noche? ---se preguntó.
--¿La vi o estoy muy cansado? ---pensó, meneando la cabeza.
Así fue como llegó a la tranquera de la estancia Las Catalinas. Avanzando por una entrada de árboles de copiosa fronda, que se abrazaban sobre su cabeza, se topó con un lugareño que dijo ser el capataz
Expuso su situación y con amabilidad fue atendido por el anfitrión.
---Adelante mozo. Aquí siempre hay amparo pa’ el necesitau.
Conducido por el hombre llegó a uno de los galpones donde se reunía la peonada después del trabajo.
---Buenas noches ---dijo
---Sea bienvenido mocito ¿Q’ ianda haciendo por estos lados tan perdidos? ---indagó un hombrecito calvo, con un rostro vaqueteado, que mostraba sus muchos años.
---Precisamente eso. Me perdí ---respondió sonriendo.
---Llega justo pa’ la mateada ¿A menos que prefiera bautizarse con una grapa?
---Está bien, está bien.
Mate va y mate viene, escuchó de todo. Gente sencilla que en ese predio de tierra, escondido en el planeta, guardaba la vida, dedicada a criar una familia, con un trabajo honrado. Sabios en esas cuestiones, compartían y conocían todo de la naturaleza, que para ellos no tenía secretos, hasta las costumbres de las luciérnagas. Y entonces pensó en su mundo de concreto. En esa realidad que esclaviza a la gente, cada vez más robotizada, con sus increíbles avances.
La lluvia comenzó a golpear con fuerza sobre el techado de zinc y los silencios se alargaban. Pensó en su mujer y su hija. Pensó en Dios.
Inmerso en el entorno, como si se sumergiera o saliera de un sueño –no le quedaba claro- con los ojos agrandados, vislumbró por el hueco de la puerta, a través de la cortina de agua, la misma imagen del llano: una mujer cabalgando un caballo blanco, sin que aparentemente le afectara la obsecuente lluvia. Miró a uno y a otro, con una pregunta callada. Ninguno se inmutó. Entonces dijo, elevando la voz
---¿No la vieron?
---¿A quién?
---A la mujer en el caballo
---¡Ahh! si. Es la niña Akemí
---¿Quién es y q’iace en una noche como ésta por el llano, sola? ---inquirió nervioso.
---Tranquilo muchacho. La niña Akemi, es y no es.
Más confundido aún, se levantó de su silla retorciendo sus dedos.
---Sentate y tomá otra copa pa’ que se te vaya la impresión ---dijo el anciano sonriendo--- Hace más de medio siglo, llegó de tierras que dicen los que saben, están del otro lau del planeta, un gringo de ojos azules, que se aquerenció en el lugar. Con los años y sin hacerle asco al trabajo, construyó esta casa. Crió animales, levantó cosechas tras cosechas. Se animó a tratar con gente de las ciudades y levantó cabeza ¡Vaya si lo hizo! Se casó con una gringa y tuvieron un cachorro. Yo los ví. Se miraban en el crío.
Cuando se hizo mozuelo se jué pa’estudiar a esos sitios donde se educan los que tienen plata.
Con el correr del tiempo, volvió. ¡Buen mozo el niño!, educado, fino, pero amalaya con la vida, que te agarra como si jueras una cosa suya y te pone donde ella quiere.
Conoció a Akemi, la hija de un pión. La muchacha más linda que podría haber visto. Con una piel como la de las flores y un pelo largo como las sedas de los gusanos. ¡Pero ellos, además de pobres, eran descendientes de indios! Eso al patrón no le gustó. N’uera mujer pa’su hijo.
Los muchachos se habían enamorau fiero. Ninguno de los dos quería vivir sin el otro. El gringo dijo ¡muerto antes que casau con la india! Entonces decidieron irse.
Un día la esperó con el bagayo al pié del cerro de la Cruz. Llegó la noche y la novia no apareció. Casi enloqueció el mozo. Se durmió llorando entre las piedras. Al día siguiente, encontraron a Akemi muerta en el río. Nadie supo lo que le había pasau.
---¿Qué hizo el muchacho?
El viejo calló un momento, como si con el silencio le hiciera un homenaje a la desgraciada niña. Luego agregó:
---Lo arriaron pa’otro lau. Dicen que se casó allá lejos con una gringa, como quería su padre…en fin…quien sabe. El caso es que d’entonces, la Akemi, pasa en su potro p’acudir a su cita. No importa si llueve o hace frío. No volverá a faltar.
---¿Y el patrón?
---¡Vaya uno a saber!....al tiempo se jué….no sé si al cielo o al infierno.
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