Daniela vivía cerca de la escuela, a cinco cuadras, Hernán debía tomar un colectivo para llegar, la madre lo llevó mientras cursó el primero y el segundo grado, en tercero ya viajo solo y a la vuelta, todos los días, antes de tomar el micro, primero acompañaba a su compañera de banco a la casa tomándola de la mano, él decía que le quedaba de paso y aunque no era del todo cierto, Hernán encontraba la forma de justificarlo.
La primaria transcurrió así, siempre estaban juntos. Trabajaban en los grupos, se ayudaban en las tareas, en el estudio, se soplaban en las pruebas y cuando podían se pasaban los machetes, a los que Daniela les tenía mucho miedo por temor a que la vieran. Cuando en séptimo grado, a mitad de año, se comenzó a hablar de que seguir en la secundaria y a que escuela ir, los dos estuvieron de acuerdo convenciendo a sus padres para que sea así: Escuela Comercial Nº 3; la vida no cambiaría demasiado para ninguno de ellos.
La relación entre ambos era muy profunda, Daniela se sonrojaba cuando Hernán alababa su pelo, sus ojos mostraban un interés más que de amigo por las cosas personales de ella. A él se le conmovían las fibras del corazón cuando ella se le acercaba a la mañana, en la esquina donde esperaban el colectivo, le daba un beso en la mejilla, se miraban tan sólo un instante con la profundidad del alma, enseguida hablaban de la escuela, los compañeros o de sus casas; los dos sabían que estaban enamorados, que se querían profundamente, nunca se lo dijeron, nunca hubo una seña más profunda que las sutiles miradas o gestos que se cambiaban durante la escuela o en los grupos de estudio, cuando viajaban en el micro o cuando estaban con sus compañeros.
En el comercial Nº 3 todo siguió como en la primaria, salvo en el hecho de que Hernán solía ir con los amigos del barrio o los compañeros de la escuela a jugar al fútbol entre o a fin de semana y Daniela se encontraba en la puerta de calle con las amigas de la cuadra o iban a pasear al centro o al cine; la relación entre ellos era muy pero muy dependiente; los compañeros y amigos decían que eran novios, nunca lo asintieron, pero tampoco lo negaron. A Hernán lo cargaban pues decían que siempre estaba atado a las polleras de Daniela y si bien no le gustaba que lo molesten, su atracción por ella era muy grande, él se sentía bien a su lado, a ella le pasaba lo mismo.
El halo de amor que los envolvía se veía claramente cuando caminaban tomados de la mano a la salida de la escuela, igual que en la primaria, cuando estudiaban los dos solos o cuando lo hacían junto a otro grupo.
Rara vez fueron a bailar juntos y casi nunca fueron solos, no podían, a cualquiera de los dos le faltaba el otro.
Sus padres ya habían asumido el noviazgo y si bien no era tema que se tratase específicamente, cuando en la casa de Hernán se hablaba de Daniela, las palabras tenían sentido de: “La novia del nene” y lo mismo ocurría en la otra casa, pero es de hacer notar que ambas familias no se conocían y salvo accidentales encuentros por la escuela, no había entre ellos relación alguna, excepto en el respetar ese vínculo y el sentimiento de sus hijos.
El tercer año de comercio era, en principio, uno más en la relación de ambos, nada había cambiado, salvo la necesidad de ellos de estar cada día más juntos, amándose profundamente, en silencio, calladamente, nunca se lo confesaron.
Un día el padre de Daniela llegó a la casa con la gran noticia: le salió el ascenso que tanto esperaba, eso significaba para él algo muy importante en lo personal, y también en lo económico, en la tranquilidad para su familia. Daniela se lo contó a Hernán, los dos lo tomaron con mucha alegría.
Días después la familia conversaba, en la sobremesa de la cena, de otra noticia: junto con el ascenso se debía aceptar un traslado, a Caracas, Venezuela, a miles de kilómetros; al fin del mundo dijo Daniela, que con mucho disimulo se levanto de la mesa y se fue a llorar a su cuarto.
Lo conversó con Hernán, lo comentó con las amigas y las compañeras de la escuela; ya nada fue igual para los dos, el paraíso se derrumbaba de repente y no podían contenerlo, ese amor, ese gran amor sufría y cada uno lo vivía en silencio, en el mismo silencio con que lo habían guardado hasta hoy, pero tampoco el dolor pudo hacer que lo confesaran, que cada uno le dijera al otro lo mucho que lo quería, lo mucho que lo necesitaba, lo mucho que lo amaba.
Un mes después en el hall del aeropuerto se despedían con el beso que jamás se habían dado, llorando como nunca lloraron, gritando como nunca gritaron ese amor que nunca se confesaron.
- “Ultima llamada para abordar el vuelo 1470 a Venezuela” –
Día 23 de agosto, 23,30 hs el avión partió.
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