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Defensa de la Toma Fotográfica

Publicado: 11-01-2010
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Por: Ricardo Palmadessa

Argentina/Buenos Aires
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Algunas ideas a modo de

Defensa de la Toma Fotográfica

 

Para empezar, dejemos hablar al maestro.

“…es muy raro que una composición débil en el momento de la toma pueda ser salvada en el cuarto oscuro recortando el negativo en la ampliadora: la integridad de la visión ya no existe. Personalmente nunca consigo reencuadrar una fotografía mediocre, tomando un detalle, para transformarla en una buena foto, en una imagen rigurosa… “(Henri Cartier Bresson, “El momento decisivo”).

Esta frase, que fundamenta el hecho conocido de que el maestro de la Leica jamás reencuadraba sus fotos, resultó una revelación cuando la leí por primera vez, y más tarde se transformó en un camino posible. Porque creo que el placer de encontrar una buena foto está en hacerlo en el momento mismo de la toma, mirando el cuadro recortado por el visor (o la pantalla).

 (Sigue C.B.)“…Debe haber, para mí, una totalidad, una integridad durante la toma. Sólo en ese momento, y tomando una nueva fotografía, si es todavía posible, se puede modificar el encuadre, es decir, integrar la acción situándose en el espacio y en el tiempo.”

Sobre la composición decía: “…Para que un tema se manifieste en toda su intensidad, las relaciones formales deben ser rigurosamente establecidas.
Uno debe situar la cámara en el espacio, con relación al objeto, y ahí comienza el gran dominio de la composición. La fotografía es para mí el reconocimiento en la realidad de un ritmo de superficie, líneas y valores; el ojo recorta al sujeto y lo único que tiene que hacer la cámara es imprimir en la película la decisión del ojo. Una foto se ve en su totalidad, de una sola vez como un cuadro; su composición es una coalición simultánea, la coordinación orgánica de elementos visuales. No se compone gratuitamente, hace falta una necesidad y no se puede separar el fondo de la forma.” 

Décadas después, en un reportaje publicado en La Nación en 1998, ante la pregunta: ¿qué le ha gustado en la fotografía durante tantos años? Cartier Bresson respondió: Apretar el disparador, o si lo prefiere, sacar la foto.

¿Qué se puede agregar? (además de recomendar la lectura del texto completo, que no tiene desperdicio).

 

Un intento de ampliar el tema.

Recuerdo que en las clases de dibujo de la facultad allá por los 80’s, teníamos que mirar la escena a reproducir en el papel, a través de un rectángulo recortado en una lámina de cartón: una primitiva “cámara” que nos ayudaba a componer, a elegir qué elementos incluíamos y cuáles dejábamos afuera del cuadro. Luego quedaba la mayor parte del trabajo: el dibujo, aplicando la técnica, si bien habíamos dejado atrás un problema no menor: la composición. Con la fotografía sucede algo similar, pero con tiempos diferentes: una vez decidido el encuadre, la mayor parte está hecha, sólo nos resta aplicar el manual técnico de la cámara (como dice también Cartier Bresson en otro pasaje del mismo texto) después disparar, y la toma está lista. Es decir que componer  se lleva la mayor parte del esfuerzo y del compromiso.

A esta altura convendría preguntarme por qué estoy escribiendo esto.

Una apurada respuesta, en forma de pregunta, podría ser: ¿cómo hacer para recuperar el interés por la toma, en una época en la que uno o mil disparos de la cámara tienen el mismo costo, es decir, cero? gatillamos a repetición, pensando en que luego, tranquilamente sentados frente a la pantalla, elegiremos la mejor de las diez o veinte tomas, la recortaremos, le borraremos esas ramas que no habíamos visto y ahora nos molestan, le agregaremos una sombra allí para equilibrar la composición y le aplicaremos capas con distintos procesos, hasta obtener “la foto”. ¿Sigue siendo una foto? ¿Sigue siendo fotografía? Esto se ha debatido bastante en Fotorevista, y las respuestas a esas preguntas han sido variadas, como es lógico. Simplificando, yo hago la siguiente cuenta: calculemos que las siete, diez o veinte tomas nos demandaron a lo sumo tres a cinco minutos, y la postproducción en nuestro laboratorio digital, treinta, cuarenta y cinco, hasta sesenta minutos o más. La cuenta da: diez por ciento de fotografía, noventa de edición y procesado digital. Por supuesto que no es tan simple, pero me ayuda a enfocar mejor en el problema sobre el que quiero reflexionar.

Pensemos en una situación opuesta: un robusto trípode, sostiene la pesada cámara de formato grande. Su parte frontal, con el objetivo de focal fija y la tripa de diafragmar y disparar, el fuelle, la platina trasera con el visor y el porta placas, el riel y perillas con los que ajustamos el foco y el encuadre, un fotómetro de mano para medir la luz, una cinta métrica, una calculadora y una libretita para hacer el cálculo de la exposición, un reloj cronómetro para medir el tiempo, varios chasis con dos negativos (placas) de 9 x 12cm cada uno. A pesar de lo que parece, con práctica, deberían bastar cinco minutos, que para una toma de 1/60 es bastante, para armar y montar la cámara, elegir y ajustar el encuadre, medir, calcular y disparar. Quizás daremos vuelta el chasis y haremos otra toma por las dudas, pero la foto ya está: lo que “vimos” quedó impreso. Ese tiempo de preparación de la toma además, nos permitió “madurar” la composición, además de asegurarnos técnicamente una toma correcta. Aquí no hay manera de “apurar” diez tomas al hilo, no hay disparo en ráfaga, ni mucho menos. Una o dos tomas, y luego un buen revelado y copiado para ajustar algunos valores (o el equivalente digital). Es evidente que con este equipo no podremos hacer una instantánea de un sujeto en movimiento, pero si un paisaje, un retrato, una naturaleza muerta. Es interesante hacer esta experiencia, si tienen la posibilidad. Nos coloca en una situación totalmente distinta a la habitual de la cámara colgando del cuello. Sólo el hecho de usar un trípode, nos predispone de forma diferente.

Pero aún sin trípode, tomar consciencia del momento de la toma, es fundamental a la hora de fotografiar. Nuestra situación en el espacio y en el tiempo, lo que sucede en ese momento a nuestro alrededor: el auto que pasa, el viento que nos molesta, o la brisa que nos refresca, el perro que ladra, la señora que pasa caminando y espera pacientemente antes de cruzar por delante de la cámara, el sol que nos pega en la cabeza, el pájaro que pasa volando;  y nuestra interacción con ese entorno: mover nuestra cabeza intentando sacar ese reflejo que se filtra, flexionar las rodillas modificando el encuadre, esperar a que pasen el auto, la señora y el perro, corrernos un poco a un lado, para sacar de cuadro ese brillo que molesta. Todo esto en general no demora más que segundos. Esa interacción entre el sujeto de la toma, las condiciones del entorno y nosotros con la cámara, es la que nos motiva a tomar la foto, y ésta es el resultado visual de ese momento. Una experiencia integral imposible de transferir, en su complejo conjunto de percepciones, al momento en que nos sentamos frente a la pantalla a procesar nuestra fotos, porque éste momento está fuera de la toma. Todo lo que hagamos de allí en más, pertenece a otra colección de impresiones y sensaciones, que suceden en el momento de ver las imágenes, elegir, editar y procesar.

En cambio si integramos toma y procesado, entonces estamos ante una experiencia expresiva distinta, que tiene relación parcial con la fotografía. La toma pasa a ser un medio, para llegar a la creación de otra imagen. Así como el acto creativo de la pintura es pintar, en la fotografía es fotografiar.

Disparar, sacar la foto… como al maestro francés, es lo que a mí me da placer.

Luego, sólo queda bajar las imágenes a la pc, buscar hasta encontrar esa foto que quedó grabada en mi memoria, y procesarla rápidamente para verla enseguida terminada, respetando la experiencia de la toma, es decir ajustando los parámetros necesarios para recuperar el espíritu de la misma, hasta ver la foto que ya había visto antes de disparar, que había compuesto  con mi ojo.

 

La foto posmoderna

La democratización de la fotografía desde la aparición y popularización de la cámara digital trajo aparejado un desplazamiento del interés, hacia la postproducción digital de las imágenes.

Post-producción es una palabra relativamente nueva, que se utiliza además en cine, sonido y diseño, e implica la manipulación posterior a la toma o creación de un determinado material original. Su aparición coincide, no por casualidad, con la posmodernidad, ideas o sistemas de pensamiento que pueden asociarse con una mayor relevancia de lo externo en detrimento de lo esencial: interesa más la forma que el contenido, e incluso la ausencia de contenido no representa un problema, ya que se ocultará tras un telón de brillos, vivos colores e imágenes impactantes.

Me animo a decir que esta nueva manera de entender la fotografía, que dedica más esfuerzo a post-producir que a producir, que utiliza la captura de imágenes como materia prima para la creación de otras expresiones, tiene tan poca relación con la acción fotográfica, como la animación digital con el cine. Es otra cosa: imaginería digital, post-fotografía, diseño de imágenes, arte digital,  pero ya no es fotografía.

 

Una propuesta

Más allá de lo que cada uno quiera hacer dentro de los límites de la fotografía, o fuera de ellos, ampliándolos, explorando técnicas y modalidades, creo que siempre es bueno volver a las fuentes, a los orígenes, e intentar aprender de lo que decían y hacían los maestros, los que inventaron esto que hacemos y que nos apasiona.

Este intento de defensa o recuperación del acto fotográfico, surgió entre otras cosas a raíz de la aparición de la Clínica de fotos, sección de Fotorevista a la que muchos amigos le pusieron ganas y entusiasmo, enseñando y aprendiendo trucos y técnicas.  Ya desde su nacimiento estaba claro el objetivo: ayudar a arreglar y mejorar fotos con problemas. No fui un seguidor de la sección, si bien me resultó novedoso, interesante y original el intercambio que se producía día a dia, pero hasta donde pude ver,  los casos tratados se basaban en la idea de que la mayoría de los problemas de una foto podían ser solucionados con posterioridad a la toma, en la pantalla de la pc. Si ha llegado hasta aquí, se imaginará el lector que quien esto escribe no está de acuerdo con esa idea.

No me opongo al retoque digital, ya que lo utilizo moderada pero habitualmente. Sería como haberse opuesto al laboratorio, los papeles, filtros y químicos.

Pero así como no me interesó ser un buen laboratorista, tampoco me interesa ser un experto en PS.  Yo quiero ser un buen fotógrafo.

Propongo entonces ampliar la Clínica, y transformarla en un Taller de fotografía, (o bien abrir una nueva sección), en la que se opine, se debata y se propongan ideas para crecer como fotógrafos. En donde podamos fortalecer la idea de la importancia de una buena toma, para obtener una buena foto. En donde podamos aprender de los errores, para corregirlos en la próxima toma, no sólo retocando ésta. En donde exploremos temas, modalidades, maneras de expresarnos, hasta encontrar la propia.

Si bien mucho de esto ya lo hacemos en las distintas secciones, subiendo, comentando y criticando fotos, me parece que dedicarle un espacio específico se justifica, ya que permitiría encauzar y ordenar la voluntad de criticar y ser criticado. Creo que muchos de quienes venimos participando en Fotorevista, tenemos esa vocación para comentar, dar una opinión, pero también recibirla sin problemas, o la actitud docente de contar paso a paso cómo se realizó una toma y que los demás puedan tomar algo de esa experiencia. Queda hecha la propuesta, para organizar esa vocación.

 

Para terminar, una última cita de Cartier Bresson: “Sigo siendo un aficionado, pero ya no soy un diletante”  Lo que yo interpreto como disciplinar nuestra afición, sin perder la frescura del principiante.

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