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Desde arriba -Cap. I-

Publicado: 19-11-2008
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Por: Ricardo Palmadessa

Argentina/Buenos Aires
http://www.ricardopalmadessa.com.ar
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Desde arriba
Capitulo I: la idea
 
Para empezar, debo decir que soy arquitecto, profesión que amo. Pero como todo amor, tiene una cuota de sufrimiento, de desengaño. Sin embargo, lo que empiezo a contarles, tiene que ver con los placeres de la profesión, una muestra de que a veces placer y deber pueden ir juntos, aunque sea un corto trecho.
Podría continuar diciendo entonces que, debido a mis méritos como profesional, y a mi vasta experiencia en la materia, fui contratado hace un tiempo para integrar el equipo de proyecto del área de espacios verdes del gobierno de la ciudad de Buenos Aires… Pero la verdad, es que el director del organismo, colega y gran amigo, ex compañero de andanzas en la escuela secundaria… y fuera de ella, bajista de mi primera banda de rock, y muchas cosas más, me ofreció el puesto, más o menos así: “Che Ricky, ¿por qué no te venís a laburar conmigo?, nos vamos a divertir”.
Acepté la tentadora oferta: un contrato interesante, mucho trabajo para hacer, la posibilidad de poner en práctica ideas tantas veces pensadas para embellecer la ciudad y sobre todo, la promesa de diversión.
Se cumplió a rajatabla y de inmediato una sola cosa: mucho trabajo.
Y si bien a causa de esto, en el año y medio de gestión, no encontramos mucho tiempo para divertirnos, pude darme un gusto: subir al obelisco.
Para quienes no lo saben, este icono, protagonista de las postales más conocidas de Buenos Aires, blanco y abstracto monumento con reminiscencias egipcias, construido en 1936 en homenaje al cuarto centenario de la primera fundación de la ciudad, este monumento decía, no es visitable.
Rosario tiene su Monumento a la bandera, al que subí de niño (recuerdo el vértigo que me dio ver a mi padre asomando la cámara al vacío y disparando a ciegas hacia abajo. Viene en los genes, sin duda), como París tiene su torre Eiffel, o Barcelona la Sagrada Familia. Otros tantos monumentos en el mundo, son también posibles de visitar y recorrer.
Pero al obelisco no se puede subir. Bueno, casi.
En la primera reunión en el flamante despacho de mi nuevo jefe, éste me dijo, señalando una gaveta sobra la pared: “¿sabés que tengo ahí?...las llaves del obelisco”. Doble sorpresa: no sabía que el obelisco tuviera llaves, nunca lo había pensado en realidad, y menos aún que estuvieran allí, a mano. Este anuncio entraba en la categoría “diversión”.
A partir de ese momento, no dejé de pensar en la posibilidad de subir, y sacar fotos, obviamente.
Empecé a enterarme de gente, municipales “históricos”, que habían subido, y a escuchar sus recomendaciones sobre la necesidad de prepararse para una tarea que no era sencilla, que había que llevar arneses de seguridad y demás precauciones.
Planeamos varias veces la subida con un colega, pero por diferentes motivos costaba concretarla.
Pasaron varios meses, más de un año, casi un año y medio y aún no había podido cumplir mi deseo. Mucho trabajo. Faltaba poco más de un mes para que se terminara mi contrato, y para que mi jefe dejara el puesto, debido al recambio de funcionarios que sigue a cada nueva gestión al frente de la jefatura de gobierno.
Durante los últimos ocho o nueve meses, me había dedicado a una ardua pero interesante tarea: recopilar, producir y editar fotos, datos e información sobre plazas, parques y monumentos, para realizar un libro. Este catálogo de obras, iba llegando a su forma definitiva, y en el momento de diseñar la cubierta, se me ocurrió una idea: armar un collage con dibujos y fotos aéreas de la Plaza de la República, espacio donde se erige el Obelisco. Aprobado el diseño, había encontrado la manera de cumplir mi deseo. No quedaba más que prepararse a escalar el monumento para hacer las tomas.
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