El Cachilo
Maldigo los estatutos del tiempo con sus
bochornos. Cuánto será mi dolor.
Violeta Parra
El viento que empuja con vigor formando círculos en el aire, acompaña la canción que con bronca el Cachilo revuelca entre sus labios, mientras con el hacha sobre el hombro, desciende la pendiente del monte caliente y perfumado por los herbazales, que lo separa del rancho donde vive con la Ramona y su hijo.
Al indio pobre no lo asusta la pobreza, porque siente que tiene todo, aunque no tiene nada. De chico, su juguete: pasarse horas recogiendo los frutos rojos del piquillín, que le endulzaban la boca y le entibiaban el alma, aunque a veces había que sangrar las manos para chupar su jugo.
Pero desde que el mundo es mundo, no hay cristiana que no cargue con un bagaje de penas. Como cuando los estatutos de unos cuantos le “ordenaron” la vida a los indígenas de la región. Se metieron en sus penurias para decirles como vivir. Olvidaron en el atropello que la tierra no es pertenencia, porque es regalo de Dios. Que nadie compra ni vende el canto de los pájaros, ni el susurro de las aguas del río. Error del que cree que es dueño de la luna y el sol, que enamoran con su brillo y hacen trampas en su ir y venir.
Para colmo de males es a ellos precisamente, a los que mandan a destrozar con el hacha el corazón de los gigantes del bosque, donde viven los espíritus del bien y del mal. Consideren el desafío y ay de ustedes los señores si los alcanza una brujería, dicen los hechiceros.
Por eso el Cachilo se revela. Es la sangre que bulle en sus venas la que demanda justicia. Son hombres de carne y hueso y no estampas pintadas. La que les dice que el indio nació libre y libre se ha de morir. No reconoce normas ni leyes de extraños, que le impongan su quehacer.
Se van apagando las luces en el horizonte, cuando el Cachilo llega a su nido, deseoso que ver a su hijo y a su mujer.
---¿Así que vos sós el Cachilo? ---le pregunta un uniformado que lo ataja en la puerta del rancho.
---Así dicen. Auca Del Monte, mi nombre ---le contesta con respeto.
---Dicen que andás revolucionando a los trabajadores no sé con qué historias de libertad.
---Decir la verdad no es revolucionar.
---Dejate de macanas.
---El hombre es como el viento, no importa que sea indio. Nadie lo para porque tiene la tierra entera para correr.
---Andá a contárselo a otro.
---Aunque le faltan las alas, es un pájaro de vuelo, que tiene todos los cielos, azules del universo.
Lo amarran con cadenas, con su fría cobardía. Lo maltratan como bestia. Lo hostigan y ofenden en su condición.
---¡Déjenlo ---grita Ramona, mientras llora el chiquilín--- No ha hecho otra cosa en su vida, que amar y trabajar.
---Mejor cállate también. Lo hubiera pensado antes.
Se lo llevan nomás entre insultos y empujones. .El Cachilo aprieta los puños hasta destrozar la carne de sus manos, con sus uñas. La Ramona gime, cabeza gacha. El niño sigue llorando.
La justicia se ausentó cuando un grupo de aprovechados se reunió para juzgarlo. Veinte años de cárcel le dispusieron.
No hay rejas para el pensamiento, aunque el hombre sea un indio, parece que dice el viento, cuando en las selvas y montes, arrecia la tormenta.
Teresa Ternavasio
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