El Mendigo
Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
Sostiene la puerta de la casilla que habita, con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro con el filo de sus huesos, se levanta y va a su encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice. Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.
Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su indiferencia o un papel chico, como si con ello pudieran expiar sus pecados.
Hoy hace frío, pero se quedará, porque se impone el mismo horario que los empleados de la institución.
Personas que van y vienen Parecen las abejas de un panal, en plena tarea. Una joven madre, lleva a su niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta El oso tramposo a la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su estertor, la canción se va perdiendo: El oso tramp……
De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una alarma. Empina el cuerpo más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado chirrido de las gomas, son epílogo cantado del episodio.
Tendido en la vereda queda el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos abiertos, que se desangra lentamente, tiñendo de rojo las baldosas.
Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.
El Mendigo
Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
Sostiene la puerta de la casilla que habita, con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro con el filo de sus huesos, se levanta y va a su encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice. Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.
Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su indiferencia o un papel chico, como si con ello pudieran expiar sus pecados.
Hoy hace frío, pero se quedará, porque se impone el mismo horario que los empleados de la institución.
Personas que van y vienen Parecen las abejas de un panal, en plena tarea. Una joven madre, lleva a su niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta El oso tramposo a la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su estertor, la canción se va perdiendo: El oso tramp……
De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una alarma. Empina el cuerpo más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado chirrido de las gomas, son epílogo cantado del episodio.
Tendido en la vereda queda el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos abiertos, que se desangra lentamente, tiñendo de rojo las baldosas.
Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.
El Mendigo
Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
Sostiene la puerta de la casilla que habita, con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro con el filo de sus huesos, se levanta y va a su encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice. Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.
Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su indiferencia o un papel chico, como si con ello pudieran expiar sus pecados.
Hoy hace frío, pero se quedará, porque se impone el mismo horario que los empleados de la institución.
Personas que van y vienen Parecen las abejas de un panal, en plena tarea. Una joven madre, lleva a su niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta El oso tramposo a la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su estertor, la canción se va perdiendo: El oso tramp……
De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una alarma. Empina el cuerpo más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado chirrido de las gomas, son epílogo cantado del episodio.
Tendido en la vereda queda el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos abiertos, que se desangra lentamente, tiñendo de rojo las baldosas.
Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.
El Mendigo
Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
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Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su indiferencia o un papel chico, como si con ello pudieran expiar sus pecados.
Hoy hace frío, pero se quedará, porque se impone el mismo horario que los empleados de la institución.
Personas que van y vienen Parecen las abejas de un panal, en plena tarea. Una joven madre, lleva a su niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta El oso tramposo a la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su estertor, la canción se va perdiendo: El oso tramp……
De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una alarma. Empina el cuerpo más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado chirrido de las gomas, son epílogo cantado del episodio.
Tendido en la vereda queda el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos abiertos, que se desangra lentamente, tiñendo de rojo las baldosas.
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Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
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Hoy hace frío, pero se quedará, porque se impone el mismo horario que los empleados de la institución.
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Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
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Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
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Tendido en la vereda queda el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos abiertos, que se desangra lentamente, tiñendo de rojo las baldosas.
Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.
El Mendigo
Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
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Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.
El Mendigo
Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
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Hoy hace frío, pero se quedará, porque se impone el mismo horario que los empleados de la institución.
Personas que van y vienen Parecen las abejas de un panal, en plena tarea. Una joven madre, lleva a su niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta El oso tramposo a la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su estertor, la canción se va perdiendo: El oso tramp……
De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una alarma. Empina el cuerpo más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado chirrido de las gomas, son epílogo cantado del episodio.
Tendido en la vereda queda el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos abiertos, que se desangra lentamente, tiñendo de rojo las baldosas.
Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.
El Mendigo
Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
Sostiene la puerta de la casilla que habita, con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro con el filo de sus huesos, se levanta y va a su encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice. Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.
Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su indiferencia o un papel chico, como si con ello pudieran expiar sus pecados.
Hoy hace frío, pero se quedará, porque se impone el mismo horario que los empleados de la institución.
Personas que van y vienen Parecen las abejas de un panal, en plena tarea. Una joven madre, lleva a su niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta El oso tramposo a la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su estertor, la canción se va perdiendo: El oso tramp……
De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una alarma. Empina el cuerpo más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado chirrido de las gomas, son epílogo cantado del episodio.
Tendido en la vereda queda el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos abiertos, que se desangra lentamente, tiñendo de rojo las baldosas.
Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.
El Mendigo
Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
Sostiene la puerta de la casilla que habita, con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro con el filo de sus huesos, se levanta y va a su encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice. Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.
Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su indiferencia o un papel chico, como si con ello pudieran expiar sus pecados.
Hoy hace frío, pero se quedará, porque se impone el mismo horario que los empleados de la institución.
Personas que van y vienen Parecen las abejas de un panal, en plena tarea. Una joven madre, lleva a su niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta El oso tramposo a la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su estertor, la canción se va perdiendo: El oso tramp……
De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una alarma. Empina el cuerpo más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado chirrido de las gomas, son epílogo cantado del episodio.
Tendido en la vereda queda el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos abiertos, que se desangra lentamente, tiñendo de rojo las baldosas.
Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.
El Mendigo
Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
Sostiene la puerta de la casilla que habita, con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro con el filo de sus huesos, se levanta y va a su encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice. Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.
Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su indiferencia o un papel chico, como si con ello pudieran expiar sus pecados.
Hoy hace frío, pero se quedará, porque se impone el mismo horario que los empleados de la institución.
Personas que van y vienen Parecen las abejas de un panal, en plena tarea. Una joven madre, lleva a su niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta El oso tramposo a la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su estertor, la canción se va perdiendo: El oso tramp……
De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una alarma. Empina el cuerpo más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado chirrido de las gomas, son epílogo cantado del episodio.
Tendido en la vereda queda el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos abiertos, que se desangra lentamente, tiñendo de rojo las baldosas.
Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.
El Mendigo
Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
Sostiene la puerta de la casilla que habita, con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro con el filo de sus huesos, se levanta y va a su encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice. Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.
Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su indiferencia o un papel chico, como si con ello pudieran expiar sus pecados.
Hoy hace frío, pero se quedará, porque se impone el mismo horario que los empleados de la institución.
Personas que van y vienen Parecen las abejas de un panal, en plena tarea. Una joven madre, lleva a su niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta El oso tramposo a la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su estertor, la canción se va perdiendo: El oso tramp……
De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una alarma. Empina el cuerpo más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado chirrido de las gomas, son epílogo cantado del episodio.
Tendido en la vereda queda el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos abiertos, que se desangra lentamente, tiñendo de rojo las baldosas.
Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.
El Mendigo
Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un apellido que pertenece a un hombre que lo único que destaca en su vida, es haberla conocido en todas sus miserias
Sostiene la puerta de la casilla que habita, con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro con el filo de sus huesos, se levanta y va a su encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice. Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.
Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su indiferencia o un papel chico, como si con ello pudieran expiar sus pecados.
Hoy hace frío, pero se quedará, porque se impone el mismo horario que los empleados de la institución.
Personas que van y vienen Parecen las abejas de un panal, en plena tarea. Una joven madre, lleva a su niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta El oso tramposo a la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su estertor, la canción se va perdiendo: El oso tramp……
De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una alarma. Empina el cuerpo más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado chirrido de las gomas, son epílogo cantado del episodio.
Tendido en la vereda queda el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos abiertos, que se desangra lentamente, tiñendo de rojo las baldosas.
Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.
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