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El Mendigo

Publicado: 30-05-2013
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Por: Teresa Ternavasio

Córdoba - Republica Argentina
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El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

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          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

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          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

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          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

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 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

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          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

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 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

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          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

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          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

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          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

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 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 El Mendigo

 

          Tom Carrintong. Demasiadas consonantes para un  apellido que pertenece a  un hombre que lo único que destaca en su vida,   es haberla conocido en todas sus miserias    

          Sostiene la puerta de la casilla que habita,  con un gancho de alambre para que no se abra. El perro, echado bajo el árbol, empujando su cuero oscuro  con el filo de sus huesos, se levanta y va a su  encuentro. Lo mira. “Cuando vuelva” le dice.  Patea un tarro y camina como siempre, subiendo la cuesta, con el mismo paso   cansado. Más allá, la ruta que divide el barrio pobre, de los ciudadanos que componen el movimiento importante de la ciudad.

          Hace veinte años que se sienta en la puerta del Banco de la avenida y estira la mano, para que la gente lo observe sin que lo vea y le deje la redondez de su  indiferencia  o un papel chico, como  si con ello pudieran expiar sus pecados.

Hoy hace frío, pero se quedará, porque  se impone  el mismo horario que los empleados de la institución.

          Personas que van y vienen  Parecen las abejas de un panal,  en plena tarea. Una joven  madre, lleva a su  niñita de la mano que se deja arrastrar mientras canta  El oso  tramposo a  la hormiga engañó, la puso en su hocico y se la tragó. Y mientras el motor de un auto le tapa la voz con su  estertor, la canción se va  perdiendo: El oso tramp……

          De pronto, un impacto seco lo espanta. Suena una  alarma.  Empina el cuerpo  más pronto de lo que puede, sin acordarse de su artrosis. Se resguarda en la cancel. Un afanado tiroteo se ha desatado. Es el policía que hasta hace un rato, exhalaba su tedio por la boca en un largo bostezo, contra alguien. Hay corridas. Más impactos. Gritos. Una mujer llora. Un vehículo frena con brusquedad frente al Banco. Dos o tres muchachotes trepan con agilidad al mismo y el afilado  chirrido de las gomas, son epílogo cantado  del episodio.

          Tendido en la vereda queda  el cuerpo de un hombre uniformado, con los ojos  abiertos, que se desangra lentamente,  tiñendo de rojo las baldosas.

Tom Carrintong, piensa en el hambre de su perro.

 

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Comentarios (4)

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Beatriz Di Marzio
ResponderBeatriz Di Marzio07/06/13  17:10:32
un bello relato de algo que no quisiéramos ver ni sentir en estos tiempos tan duros.muy buena y concisa. me encantó pasar por aquí.saludos
Sol Suave Beatriz Di Marzio
 
 
Teresa Ternavasio
ResponderTeresa Ternavasio03/06/13  11:32:25
MUCHISIMAS GRACIAS querida amiga por disponer tiempo para leer el cuento y mucho más para comentarlo. Te digo, lo que a otras personas, para mí es tan importante, porque las personas que escribimos, lo hacemos para los demás. Te mando un gran abrazo.
Sol Suave Teresa Ternavasio
 
 
Maria Isabel Hempe
ResponderMaria Isabel Hempe01/06/13  22:47:57
Excelente cuento Teresa! Un reflejo de uno de los grandes males de la actualidad: la INDIFERENCIA! Te felicito y besos!
Sol Suave Maria Isabel Hempe
 
 
Marcelo Nestor Cano
ResponderMarcelo Nestor Cano31/05/13  15:02:26
muy buena y dinámica descripción, con un desenlace. muy cierto, que sufre de la indiferencias y tiene el mismo mal.. un abrazo...
Sol Suave Marcelo Nestor Cano
 
Teresa Ternavasio
Teresa Ternavasio01/06/13  00:50:48
Muchísimas gracias Marce por haber dedicado tiempo a la lectura - a mi esto me sirve un montón - Yo escribo mucho (también escribo poesía) - He intervenido en algunas antologías - En serio GRACIAS AMIGO - un abrazo.
Sol Suave Teresa Ternavasio
 
 
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