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El Pardo en la Cruz Roja

Publicado: 10-12-2008
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Por: Becquer Casaballe

Buenos Aires, Argentina
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  Tweet En su tiempo libre, el Pardo acostumbraba jugar a las cartas y otras veces iba al hipódromo, donde irremediablemente perdía. Ya tenia mas de treinta años de edad y, un domingo por la mañana advirtió que debía que hacer algo mas productivo de su vida. Cuando tomaba una decisión, nada iba a pararlo.

Se pregunto a renglón seguido -su estructura de pensamiento lo llevaba a imaginar sus palabras en un cuaderno a rayas- que es lo que debía hacer. Y se anoto como voluntario en la Cruz Roja.

Los hombres de la bandera suiza en negativo advirtieron que era criminal dejarlo dar inyecciones, repartir medicamentos o enyesar huesos quebrados. Aprovechando su condición de fotógrafo, lo mandaron con un destartalado jeep Willys modelo 42, un proyector Honeywell sonoro de 16 mm y varias películas educativas, para que recorriera barrios populares y zonas rurales. Debía limitarse a proyectar documentales sobre algunas normas elementales de higiene y de prevención de enfermedades.

Fue así como un día llego a Puerto Chacabuco, sobre el río Paraná. Un monolito gastado por el tiempo recuerda que allí estuvo Juan de Garay, con su flota de naos, en tiempos de la conquista. Pero hoy no es mas que un caserío pobre que se rige por normas tribales, con un jefe que todo lo decide y los demás obedecen, excepto los jóvenes que se van en tandas cuando llegan a la adolescencia porque allí no tienen trabajo (tampoco lo encuentran en otros sitios, pero esa es otra historia).

El Pardo llevo una película sobre el paludismo. El mosquito que pica y te deja con fiebre. El terrible "chucho" que tantos estragos causa en zonas calidas donde se dan cita las aguas estancadas. Estaba destinada a educar a las personas sobre los riegos de ese mal en una zona olvidada hasta por el propio Jehová.

La cinta mostraba toda la secuencia del ciclo de la enfermedad. Estaba maravillosamente filmada. Escenas que incluían el momento que el mosquito introduce su lengua mortal por un poro, con una definición propia del Angenieux de la Arriflex utilizada para hacer las tomas, fuelle de extensión de por medio, hasta escenas del entierro de la victima, siguiendo los dictámenes de Hollywood, como para que al llegar la frase "The End", se lagrimeara un poco.

Termina la función, el Pardo que ya aparentaba ser un porteño en la forma de hablar y de vestirse, estaba en eso de rebobinar la película y de guardar la pantalla, cuando se le aproximó el jefe de Puerto Chacabuco y le agradeció la excelente función.

"¿Le gustó, maestro?" dijo el Pardo, forzando la voz en un intento por imitar la sonoridad de Hugo del Carril.

El jefe, agarrando la boina y sosteniéndola con sus dos manos apoyadas en el pecho, en un gesto de humildad, mientras la hacia rotar en sentido dextrógiro, le respondió: "Si, mucho y, además, me hizo comprender muchas cosas, como, por ejemplo, por que los porteños le tienen tanto miedo al mosquito".

"Dígame, maestro, y ustedes ¿no les tienen miedo?" fue la respuesta, con tonalidad que iba de la piedad hasta la duda sobre el probable sentido irónico de su interlocutor, esta vez acentuando el sonido de las "eses", como para que nadie dudara ya de su porteñidad adquirida.

"Bueno, señor, sucede que los mosquitos aquí son así de chiquititos, dijo, enfrentando, con una separación de medio milímetro, las yemas del pulgar y del índice de su mano derecha, mientras en la izquierda seguía sosteniendo su boina vasca.

"Pero su mosquito es así de grande -dijo, extendiendo los brazos hasta alcanzar el tamaño de buena parte de la pantalla de proyección, donde había visto aquellas excelentes tomas macro.

El "Pardo", se quedó en silencio, sintiendo esa humillación como un afilado puñal clavado entre las vértebras. Sucede que de semiótica no entendía nada.


Bec
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