A veces la vida te sonríe.
Muchas veces ni sabes cuánto hasta que te estás riendo.
Tuve la suerte de recibir hace una semana un llamado telefónico con una voz que hacía más de 20 años no escuchaba.
Enrique Licciardi fue un profesor de mi escuela secundaria, que como rasgo distintivo poseía la magia de ser quien había dictado el primer curso de fotografía que me tuvo de alumno. Artifice de una conversión, descubridor de una pasión, un docente de un campo del conocimiento y un ejemplo de docencia y vocación. Milagrosamene pudo hacerme saltar de la Metalografía, su materia, a lo que iba a ser mi futuro, profesión y modo de vida. Todo esto sin darme cuenta. Recuerdo que entre las materias de aquel año, el estudio de las estructuras de metales ferrosos, ganó mi interes por ser aquella en la que me acercaba a la fotografía. Esa disciplina que se iba transformando en una novia incorrecta. Era el principio del fin de mi tiempo sin problemas vocacionales. Aún no había problemas de pensar que iba a hacer con mi vida, de que iba a vivir; pero dos años mas tarde, con la finalización de la secundaria y la necesidad de encontrar en la UBA un salvoconducto a la felicidad, algo me iba mostrando que mi novia vergonzante era mas prometedora que la que todos proponían como mas conveniente. El fue quien me dijo que si me gustaba, tenía que seguir estudiando. Pavada de dato y estigma, me estaba regalando.
Me acordé que éramos amigos.
Cuando sólo era alumno en el Instituto Industrial Luis A. Huergo de San Telmo, ni me imaginaba del otro lado del aula ni queía que me pase, me pensaba una suerte de Luca Prodan con pelo largo y más contenido por mi familia; los rasgos distintivos del personaje que encarnaba durante mi adolescencia, me obligaban a poner al grupo de docentes como del otro lado, como si fueran la patronal. Sin embargo, muchos de los que cursábamos en esa división sabíamos, aunque no lo pudiéramos verbalizar que estábamos en la mejor especialidad de una de las mejores escuelas a las que se podía ir. Aunque sufríamos por el esfuerzo al que éramos sometidos, sentíamos que estábamos en un grupo de afortunados y que nuestros docentes eran de lo mejor que se podía encontrar. Igualmente nuestro deber era combatir y ejercer nuestro rol de rebeldes y adolescentes. Es extraño que ante esa premisa, que se hicieran asados en el patio de la escuela, un sábado, después de cursar la materia Taller y también que ya recibidos, siguiéramos pasando por la escuela a saludar, pasando por los talleres, contando que era de nuestras vidas. Es curioso pero es así, las veces que volví a la escuela preguntaba por Enrique y daba en suerte que no estaba; igualmente dejaba encargado que le avisen que vivía de la fotografía; que ya no sería ingeniero pero que iba consiguiendo que mis fotos me gusten al menos por un tiempo y que me permitían vivir de ellas.
Por algo me vine desde Buenos Aires a verlo(…)
Desde que llegó a Mar del Plata desde Bs As estuvimos charlando de que había sido de nuestras vidas. Por primera vez, sentí que estaba hablando con un profesor pero en otra dimensión, era extraño, placentero, como gratificante y sintiéndome alumno, colega y amigo de a ratos. De todas las reuniones de docentes que tuve, ninguna me fue así de fructífera.
Hablábamos de la escuela, de los muertos, de los sobrevivientes, del país, de la educación, de fotografía, de las familias, de los garcas y de la previsibilidad de esa condición. Los dos siempre supimos quienes iban a ser los garcas (docentes y alumnos). Me habló de la alegría que le dió saber que en mi Curriculum Vitae figura como mi primer maestro; cuando para mí no tiene nada de extraño. “Que te nombren es todo lo contrario a que te obvien” me dijo. Recordé entonces que algunos alumnos me obviaron en sus CV y que no me gustó. Pensé en los códigos, en la educación y en el barrio, en lo que se aprende viviendo, hasta de la condición humana. Me hizo verme y me recordó cosas que había olvidado o quise olvidar de mis tiempos de estudiante secundario. Con generosidad se reconoció lector de mis notas y me dió vergüenza.
Estuvo casi todo el día en el Taller de Fotografía fue parte de algunas clases, aportó, preguntó y hasta fue centro de preguntas de mis alumnos acerca de como era en mi adolescencia. Respondió casi siempre con Por algo me vine desde Buenos Aires a verlo(…). Su visita me alegró la semana y me sigue dejando un gusto feliz. Conoció a mi familia y me mostró a la suya en fotos. Vi archivos de las reuniones de docentes actuales y me mostró hasta que punto evolucionó la carrera con las nuevas posibilidades de la tecnología. Me contó de la necesidad de cerrar la especialidad tal como era para transformarla en otra como la que es hoy. Era extraño haber estado hablando, poniéndose al día, así como si hubiera sido un amigo, un compañero al que no ves hace mas de veinte años. Estuve contándole mucho sobre fotografía; para él fue un hobby al que le puso mucha pasión y yo me hice profesional y docente. Creo que pude ayudarlo en algunas cosas, ojalá haya podido serle útil en algo. Estaba ávido de información y de cuanto material pudiera pasarle. Descubrí ahí que había mucho material impreso y digital para ofrecer en el Taller y que no todos los alumnos lo solicitan.
Cuando se fué me di cuenta que mi profe me había vuelto a enseñar varias cosas más, sobre docencia y humanidad. Sin dudas tuve suerte con esa escuela, los compañeros, la época y los docentes.
Gracias Enrique, gracias profesor.
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Enrique Licciardi en el Taller de Fotografía.