EL ULTIMO DÍA
Por unos instantes el cielo se iluminó vivamente y el trueno vino casi enseguida, haciendo trepidar los vidrios de los ventanales del ahora rebautizado Hospital de Puerto Argentino, donde un joven soldado se debatía entre la vida y la muerte como consecuencia de las graves heridas recibidas en el combate de Pradera del Ganso.
En medio de su delirio creyó ver a alguien al pie de su cama, pero no reconoció a quién, altiva y expectante, aguardaba el inevitable desenlace, con todo el tiempo del mundo a su disposición; en cambio, el pobre chico sólo tenía el tiempo necesario para evocar en esos postreros momentos su corta vida de ilusiones frustradas.
En la semipenumbra de la habitación le pareció ver también rostros familiares: el de su madre, el de su novia, los de sus hermanos… ¿ Pero….que hacían y como habían llegado hasta esa lejana tierra ? En su desvarío recordó también el juramento de fidelidad a la enseña patria y su íntimo deseo de honrarla y defenderla durante toda su vida, y con que orgullo había desfilado ante ella antes de viajar al extremo sur del continente para recuperar esas islas que desde mucho tiempo atrás, en su lejana infancia y en el colegio primario, se le había inculcado que eran nuestras, usurpadas muchos años antes por un imperio colonialista.
Así fue como, henchido de un patriotismo sincero e ingenuo, había llegado a estas lejanas islas, con miedo al principio, y con la secreta esperanza después de contribuir a su recuperación, convirtiéndose en héroe y en alguien importante para su familia y sus amigos. Un acceso de tos sacudió su lastimado cuerpo… trató de incorporarse, pero le resultó imposible.
Mientras tanto, en uno de los frentes de batalla cercano a Puerto Argentino, otro joven soldado contemplaba con mirara perdida la tormenta que se avecinaba…Ël también, como su compañero moribundo en el Hospital soñaba despierto un país que quería distinto, de iguales posibilidades para todos, con fuentes de trabajo permanentes, sin apremios económicos, un país en el que pudiera estudiar y expresar lo que quisiera, sin importar le gustara o no a los gobernantes de turno…en resúmen, un país poblado por gente para quienes la palabra esperanza significara realmente eso: ESPERANZA
Pero lo real y concreto era que ahora estaba allí, metido en un pozo oscuro y húmedo, calado de frío hasta los huesos, sin dormir y con un arma en la mano esperando tener que usarla contra un enemigo al que no conocía, creyendo ingenuamente que esa lucha no sería en vano y que cuando volviera a su lejana Buenos Aires con sus compañeros serían recibidos como héroes por todo el pueblo, sin importar que hubieran ganado o no esta guerra no imaginada ni esperada.
En tanto, en el campamento enemigo también se aprestaban a recibir la fuerte tormenta que se avecinaba, sin entender mucho porque estaban allí, a miles de kilómetros de su país. Esta guerra les era ajena; ellos eran tan solo soldados pagos a los que les daba lo mismo estar en estos alejados peñascos o en el norte de Africa. Solo les interesaba cobrar puntualmente sus sueldos y, sobre todo, paga doble los fines de semana. En este remoto lugar… el fin del mundo como lo llamaban, no tenían donde gastar sus libras esterlinas, pero si Dios y los malditos “argies” se lo permitían, esperaban poder hacerlo pronto en algún cálido pub londinense, en buena compañía y con un buen vaso de cerveza en sus manos.
Uno de los centinelas de guardia miró hacia las lomadas envueltas en bruma que tenía en frente e imaginó tras ella a los “argies” metidos en sus pozos, ateridos de frío y de hambre. Sintió admiración por esos jóvenes soldados por enfrentar a un poderoso adversario munido del más sofisticado material bélico, oponiéndoles tan solo sus emociones, su coraje y su patriotismo, convencidos de que ganarían esta guerra porque Dios estaba de su lado, o como ellos decían, porque Dios era criollo.
Mientras tanto, el soldado moribundo en el hospital de Puerto Argentino no apartaba su vista del pie de su cama y, cuando finalmente reconoció a la triste figura que seguía mirándolo desde sus grandes y vacías cuencas oscuras y con sus huesudos brazos cruzados sobre sus costillas como en un gesto de paciente espera, gimió aterrado, llamando una una y otra vez a su madre e implorando a los médicos que lo liberaran de la terrorífica visión.
Pero ya nada ni nadie podían hacer algo por él. La tétrica figura al pie de su cama comenzó a desvanecerse lentamente, al igual que sus sentidos…. Había llegado su hora final… Escuchó entonces un redoble de tambores y se vió frente a las tropas formadas en su honor y al Comandante de las mismas poniendo en su pecho la Medalla al Valor en Batalla. Profundamente emocionado, sus ojos se llenaron de lágrimas para esbozar finalmente una amplia sonrisa de orgullo con la que se sumergió para siempre en el sueño eterno de los héroes
Casi al mismo tiempo, en las colinas de Pradera del Ganso el otro joven soldado releía por tercera vez la última carta recibida del continente en la que le contaban la euforia de la gente en las calles de Buenos Aires, de las madres y abuelas tejiendo para ellos al pie del Obelisco, de las colectas populares y de los miles de voluntarios alistados, de la espontánea reacción de las colectividades extranjeras y de la inesperada visita del Papa… Se emocionó profundamente al pensar que el Santo Padre había viajado miles de kilómetros como Mensajero de Paz.
Un nuevo duelo de artillería interrumpió sus pensamientos, por lo que corrió a refugiarse detrás de una pequeña lomada desde donde pudo observar como el enemigo intentaba acercarse a esa posición. Al verse solo en ese lugar se levantó e intentó llegar hasta donde se encontraba el resto de su Compañía, pero una cerrada descarga desde las filas enemigas detuvo su carrera.
El joven soldado se quedó muy solo tendido en el suelo fangoso con sus grandes ojos mirando sin mirar el cielo plomizo, mientras un delgado hilo de sangre surgía de su boca entreabierta para ir a formar un pequeño charco sobre la castigada tierra.
Otra descarga, esta vez del lado argentino, alcanzaba a dos soldados ingleses que también quedaban cara al cielo con sus pechos destrozados por la metralla.
Un nuevo y fuerte trueno sacudió la zona, mientras grandes y gruesas gotas de lluvia comernzaban a tamborillar sobre los techos de zinc del caserío cercano, como preludio de la gran tormenta que pocos segundos después se abatía sobre las desoladas colinas de esas lejanas islas, que envueltas por espesos y negros nubarrones contribuían al dramatismo de ese momento.
En ese mismo instante, a miles de kilómetros de allí, en Buenos Aires, a través de la cadena oficial de radio y televisión de la República Argentina, el Presidente de la Nación anunciaba a todo el país:
“ HOY, 14 DE JUNIO, LA BATALLA DE PUERTO ARGENTINO HA TERMINADO “
AUTOR: Osvaldo A. Jorgensen
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