Fideo
Por tu extrema delgadez en el barrio te llamaban Fideo. Hoy, como un fideo que desliza el recuerdo, te colás en mi mente
. Un día, con ocho años, llegaste con tu familia al barrio pobre, en un carro de madera marrón, tirado por un caballo.
Son los gringos que vivirán en la esquina, decía la gente.
Finito, con una prudencia que rayaba en la timidez. Con anteojos de vidrios gruesos, enmarcados en armazón de carey, que tu torpeza hacía ver como inservibles.
A las niñas no les gustaste.
---Demasiado flaco ---decían algunas.
---Usa lentes culo de sifón ---agregaban los varones--- Además es idiota.
Pero te fuiste metiendo de a poco, como aurora en la penumbra, secuela de la noche, en cada pequeño corazón.
Alguien un día, gritó risueño, mientras observaba tus largas “canillas” que se enroscaban en el tronco de un árbol, flaco, parecés un fideo y desde entonces, todos supimos como te íbamos a llamar: Fideo.
Como los que amasaba tu mamma los días domingos, para aquella mesa familiar, con un patriarca que ceremonioso, rezaba, antes de comer
Barrio de familias que hacía malabares para alimentar a tantos chicos. De gente buena, que vivía la pobreza sin renegar de Dios, que a veces parecía mirar para otro lado. Que jamás faltó a la procesión, para cargar al santo, a la que convocaba el cura en la misa del domingo.
De las dos escuelas que había en la zona, ingresaste a la de los más acomodados. Pero vos tampoco llevabas regalo para el día del maestro.
Tu fuerte no fueron las matemáticas, ni gramática, ni historia…en fin, digamos que los coscorrones de la gringa, nunca fueron injustificados.
Una siesta de aquellos inviernos en la que el sol acariciaba la pobreza, te uniste al grupo que salía a explorar el basural. Tus “championes” blanquísimos no era lo más apropiado para visitarlo. En la minuciosa recorrida, hurgando cosas que las personas del alto tiraban, dijiste con voz parsimoniosa: No crean que todo es basura. La gente no piensa, cuando tira las cosas. Nos detuvimos, te rodeamos y te escuchamos como si fueras mayor. Aquí hay cosas que se pueden arreglar. Nos miramos pensando: Fideo, sí que sabe y cada chico volvió a su casa, con un trasto.
Lo que ignorabas era la paliza que ibas a recibir, cuando la mamma viera las zapatillas llenas de barro y restos putrefactos.
No sé si fueron estas cosas, tu perseverancia o tu don de gente, que al paso de los años, por la misma puerta que salió un jovencito un tanto torpe por su miopía, flaco, con perfil de chaucha, entró un hombre, al que la gente preparada, llamaba: de bien.
Y este hombre, entre tantos vericuetos que tiene la vida, supo introducir el hilo de la suya, por el conducto que llevaba al éxito.
Enamorado, formaste una familia. Con habilidad e inteligencia, una empresa con la que llegaste lejos, Tan lejos que creíamos perderte de vista. Pero te quedaste.
No podía ser de otra manera, porque Fideo, era patrimonio del barrio pobre.
TERESA TERNAVASIO
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