Tal vez nos enfrentaríamos a un vacío infinito, pero mientras esta pregunta nos sirva como excusa, será posible seguir buceando dentro de nosotras mismas, enriquecernos con distintas vivencias, transitar por nuevas experiencias y seguir investigando, en cada uno de nosotros, a cada hombre y a cada mujer a través de las relaciones que nos unen.
Antes eran muchas las mujeres que solo aspiraban a casarse, tener hijos, que sus maridos las protegieran, proveyeran y mantuvieran mientras ellas se dedicaban al cuidado de los hijos y la atención de las necesidades de su esposo.
Pero ahora cada vez son más las que prefieren postergar el casamiento para vivir con un compañero con quien estar compartiendo en igualdad de condiciones.
Hoy la mujer piensa mucho antes de tener hijos y de convivir, tampoco tienen tanta urgencia por casarse porque sabe que puede disfrutar de una sexualidad en libertad e independizarse de sus padres sin necesidad de casarse.
Eso antes era una excepción y, mientras la mujer se limitaba a un rol muy pasivo, el hombre que no podía ser un buen proveedor se sentía más débil. Aún hoy a la mujer le cuesta mucho renunciar a que el hombre sea proveedor y, por otra parte, al hombre no se le ocurre pedir que la mujer sea también proveedora.
A mi modo de ver somos nosotras, como mujeres, las que debemos generar el cambio conectándonos con nuestra verdadera esencia de mujer, con nuestro eterno femenino dormido. ¡Y cuidado! Que femineidad no es feminismo, nada más lejos que eso.
No es ninguna novedad que nosotras somos las inventoras del machismo. ¿O acaso piensan que fueron ellos? Por los siglos de los siglos hemos ido repitiendo esta resignación a mantener las cosas en orden, como nos enseño mamá, y la abuelita a mamá, etc., etc.
Fuimos las encargadas de seguir repitiendo estos mandatos y los transmitidos a nuestros hijos: Los machos deben ser “bien machitos” y las mujeres “bien mujercitas”.
No hay ninguna posibilidad de que los hombres cambien si las mujeres no cambiamos.
Los niños, en sus primeros años de vida, están en contacto muy íntimo con una mujer, y si ella tiene actitudes negativas hacia los hombres, de mucha exigencia o sentirse víctima de ellos, seguramente algo va a transmitirles a sus hijos.
Pero volviendo a qué quieren… Algunas quieren coches de lujo, flores, cenar en un restaurante de moda, viajar, que los hombres no les huyan… Pero hay otras mujeres que han descubierto que a vivir se aprende cada día, que saben que el crecimiento dura toda la vida y que están embarcadas en la difícil tarea de recrearse a sí mismas.
Esta nueva generación de mujeres, en la que me incluyo, no viene con instrucciones. Está aprendiendo a decir con suavidad o a gritos cuales son sus deseos o necesidades: Encontrar un hombre con quien le sea posible crecer juntos, cada uno descubriéndose en el otro y no sirviendo uno de tapón para el agujero del otro. Entendiendo que la mejor forma de ayudar a crecer a un hombre es no intentar cambiarlo de ninguna manera. Entendiendo que obsesionarse por un hombre no es amarlo sino tratar de controlarlo.
Entendiendo que, a partir de estar bien diferenciados, se puede estar mucho más unidos y que disentir puede estar al servicio de fortalecer la relación, no a destruirla.
Y por último: entendiendo que, “cuando hombres y mujeres son capaces de respetar y aceptar sus diferencias, el amor tiene entonces la posibilidad de florecer…”
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