Soledad
Abrió la puerta y entró a la casa tratando de hacer el menor ruido posible. Al pasar frente a un espejo,
se topó con la mirada del reflejo. Pensó: A vós tampoco te conozco.
Su sistema nervioso zarandeó su cuerpo cuando asumió que estaba solo. ¿Cómo podía sorprenderse de algo que tenía tan incorporado en su vida?
Pasó derecho a la pequeña oficina. Se sentó frente a la vieja máquina de escribir. Tomó una hoja y la insertó en el carro que se quejó al deslizarla. Encendió un cigarrillo y tiró el cuerpo hacia el respaldo de la silla. Los pensamientos, son los hechos diluidos en la mente, que en la noche te acompañan, haciéndote notar la soledad se dijo.
Cuando conoció a esa mujer que duerme en su cama, se casó con ella, creyendo que era la última y definitiva estación, del recorrido de una vida difícil, con amores alquilados. Fue extranjero hasta para lo básico de cualquier ser que respire. Creció imitando las acciones de gente que entrega y recibe, sorprendido de tener siempre las manos vacías. A veces pensaba que nació sin entender la vida y habiendo tenido los mejores maestros en la calle, siguió sin comprenderla. Por eso creyó en el amor, sin estar seguro de sentirlo.
Acomodó el cuerpo entre las sábanas, boca arriba. Ella se volvió somnolienta hacia él y emitió un sonido pastoso. Le apoyó una mano en el pecho.
Si lo que tenía era amor, en realidad no tenía nada. Y si no tenía nada por qué la crueldad de sentir que lo había encontrado a esta altura de la existencia, cuando ya había formado una familia. El peso de la mano sobre el pecho, le oprimía el corazón, entonces la quitó muy despacio.
Eran las siete de la tarde, según el reloj de la torre. Entró en la cafetería, tomo el lugar acostumbrado
-al fondo- y sacó de su bolsillo, uno de sus apuntes. Lo desplegó sobre la mesa sin mantel. Llevaba suficiente material para reflexionar y escribir.
Alguien se acercó. Una cartera roja y una mano pequeña, fue lo primera que vio. Entonces levantó la cabeza hasta encontrarse con los ojos más azules que jamás había visto. Una descarga eléctrica entró por su cabeza y le recorrió el cuerpo. La hermosa chica, despegó los labios con sensualidad y preguntó
---¿Me puedo sentar con vós
---Si ---le contestó--- Todavía no ordené ¿Te pido un café?
---Si
Luego de una previa, ella comenzó a hablar.
Él endulzó el café -que mareó con la cuchara- varias veces. Seguramente ya estaba frío e imbebible.
Al cabo de un rato, una sucesión de fotogramas pasaron ante sus ojos. Las profundas palabras de la chica, se mezclaban con el sentir y como la lluvia, le empapaban el alma. Por alguna extraña razón, esa desconocida le habría la ventana de su existencia, desnudando su espíritu. Por un momento cerró los ojos y la adivinó desde siempre. Tragó saliva.
Si es verdad que en algún lugar del planeta, está nuestra otra mitad: ¿dónde estaba? ¿por qué tardó más de la cuenta en aparecer? Arrimó la mano y apretó sus dedos. Una piel demasiado fina para tantas batallas. Permaneció quieta, como si estuviera muy cansada.
---Hablame de vós ---dijo de pronto.
---Estoy muy vacío ---contestó
---Mejor, así encontraré espacio para mí. ---entonces cayó en la cuenta de que no lo tenía.
---¿Querés comer algo?
---No
Se miraron mucho tiempo. Fue como un intercambio de rayos invisibles, traspasando el cristalino.
No hubo necesidad de más palabras. Él la tomó del codo y dejaron el lugar.
Era noche ya. Los árboles perdiendo su fronda, delataban la presencia del otoño.
La habitación, era pequeña. Apenas si cabía la cama, una silla y una mesa.
---Tengo frío ---dijo la joven y la envolvió con sus brazos.
Deslizó los cuarenta años en ríos de miel y el tiempo lo encerró en un círculo, hasta hacerlo explotar. Luego navegó callado en mares de parafina. Las manos de ella eran lirios sobre su cara y su respiración el idioma de las gaviotas.
Mirando el cielorraso de su dormitorio, junto a la mujer a la que se había unido hace años, seguía sintiendo el olor del amor.
Continuó así hasta entrada la madrugada. Un fuerte dolor al pecho lo sacudió. Quiso asirse a la sábana, cerrando el puño, pero se sintió inmovilizado. La sangre bullía en su interior como chorros de líquidos efervescentes. La incipiente luz se metió en sus pupilas, que se dilataron.
Al día siguiente, una mujer vencida, despertaba al lado de un cadáver.
Teresa Ternavasio
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