Tragedia
Siesta de los viernes. En la laguna de los patos, tarde de recreo para los chicos del barrio, ausentes en la escuela. La ropa a un costado del agua, disfrutan en chapuzones, en ese paraíso, creado por ellos. Tan pronto llegan, se desvisten, pero nadie se percata de la desnudes del otro. Salvo aquel día en que alguien gritó: Tobías tiene un racimo en el trasero.
Sí, se trataba de una mancha oscura, seguramente de nacimiento, que a Tobías no le preocupaba. Las carcajadas del grupo, fueron el eco que acompañaría sus recuerdos.
El repetido sonido de los hierros de la rueda, dando en cada giro contra las vías, lo adormecían.
La distancia, eran diez estaciones, para llegar a la casa de aquella mujer que lo había apasionado. Será tu desgracia predijo doña Marta, vecina de la zona, a la que llamaban el oráculo viviente, por sus videncias. Aléjate de ella, fue su consejo.
No creía en clarividentes ni agoreros. Si en cambio, en el sentimiento que había despertado en él. Corrió el vidrio de la ventanilla y el aire fresco le dio de lleno en la cara, despeinando su cabello lacio.
En su cabeza, volvió a verla como aquella vez, cuando recién empezaba el día y el sol que se filtraba entre los edificios, le desperezaba el rostro cansado.
---¿Vas a trabajar? ---acertó preguntarle
---No, vengo. ---le contestó con desgano.
---¿Trabajás de noche?
---Si.
---¿Qué hacés?
---Y a vós ¿qué te parece? ---Lanzó con ironía.
---¿Desayunamos juntos?
---Mirá pibe, estoy cansada y lo único que quiero es ir a dormir. No tengo tiempo para jugar.
---Me parece que no entendiste. Yo lo único que quiero es conversar con vós…porque sós bonita y me gustás.
---Porque puedo ser tu madre, te olvidaste de agregar.
---Pero no lo sós.
Entre frases amables y de las otras, se encontró transitando el mismo recorrido hasta llegar a una vivienda humilde, en un barrio alejado de la capital.
Salió de la cárcel, no hacía demasiado tiempo. Pagó con encierro un delito que, según ella, no cometió.
---Lo que más me duele ---dijo al cabo de hablar largo rato sobre la historia--- es haber perdido la familia.
---¿Qué pasó?
---Y…veinte años es mucho tiempo. La cárcel no es solo un lugar físico. Allí se te desvanece el alma. Te roban el tiempo. Los sueños se evaporan como gas que se enfría y se pierde en la nada. Aunque el reloj corre, la vida se detiene para los presos, La cárcel te vuelve invisible para la sociedad, para tu gente y un día, no vuelven más.
Hizo un paréntesis angustiada, pero no lloró. Luego se recompuso y dijo:
---Y a vós ¿que te dio por venir detrás de mí? Una mujer de cuarenta y cinco es demasiado para un pibe que solo tiene veinte y pico.
---Si te molesto, me voy.
---No, no. Voy a preparar café con leche…¿te gusta?
Le sonrió y nada más.
Estar cerca de ella, se volvió una necesidad. Sus gestos, sus palabras, lo transportaban. Había encontrado en una, todas las mujeres soñadas.
Con frecuencia iba a su encuentro. Visitarla se hizo una costumbre.
Tobías no era el mismo. Hacía planes. Trataba de sacar de él lo más productivo en el plano laboral e intelectual. Se había convertido en un hombre.
Por eso, un día en que el sol se hacía notar más que nunca como el astro rey, mirándola, la tomó con suavidad de los hombros y le dijo:
---te amo.
Ella se quedó como si no lo esperara.
---No.
---Si, te amo. ---y la besó.
Pensó en la atracción que ejercen entre sí los cuerpos celestes. Comprendió la perfección del universo y se sintió identificado, como creación de Dios.
Esa noche se quedó a dormir en su cama. Juntos por primera vez. Respirando al unísono. Sin diferencias de tiempos. Cabalgando las mismas nubes. Compartiendo la piel.
Al día siguiente, ella despertó primero. Lo miró con amor. Calzó una bata y se dirigió hacia la cocina, sin hacer ruido, para no despertarlo.
Fue de regreso que no pudo creer lo que vio. Lo encontró desnudo, el cuerpo relajado, boca abajo, abrazando la almohada. Una mancha oscura en su nalga derecha, con forma de racimo, la llenó de horror.
Levantó sus dos manos, desesperada, tapando el rostro, al tiempo que llorando decía: ¡Tobías!. ¡ Mi Tobías! ¿Por qué tenía que hallarlo de este modo?
Teresa Ternavasio
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