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Un cuento de navidad

Publicado: 20-12-2008
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Por: Ricardo Cascio

Catriel - Rio Negro
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La habitación, permanecía casi siempre en penumbras. Solo unos rayos furtivos e intensos se filtraban entre las grietas de el viejo postigo; este, de tan viejo no resistía aperturas y cierres por lo que desde hacia tiempo persistía en permanecer cerrado.

Adrián, desde su cama, podía ver como el polvillo de la habitación dibujaba caminos luminosos en el aire y soñaba, soñaba con correr como antes por esos caminos plenos de luz.

Ya hacia 5 años que aquel accidente lo había dejado inmovilizado; sus piernas eran solo un disfraz de la inmovilidad que se había apoderado de todo su menudo cuerpo de 12 años.

Desde entonces, pasaba interminables horas en soledad, mientras sus padres y otros 6 hermanos, salían a cartonear; no era mucho, pero al menos podían juntar unos pesos para la comida, que si bien siempre era poca, servia para tener la esperanza de que otro día las cosas irían mejor.

Desde adentro se sentía el bullicio constante de la villa; pibes jugando a la pelota, la música a todo volumen de los vecinos que parecían querer taparse unos con otros, algunas corridas, gritos, risas. A todo este ruido natural, se sumaban ahora las explosiones de los “cuetes” por estar en vísperas de navidad y que muchas veces no se distinguían de algún balazo disparado quien sabe donde.

Esta noche, seguro lo levantarían y lo acomodarían en el rincón de siempre, sobre un cajón de frutas, para que comparta la noche navideña con todos. Seguramente habrá cerveza y algo parecido al pan dulce y después baile, hasta la madrugada, hasta que el sol se desperece sobre los sucios charcos de la calle. Talvez, a esa hora, alguien se acuerde de el y con paso tambaleante lo levante y lo lleve nuevamente a la cama.

Antes que el viejo se quedara sin laburo recuerda que había algunos regalos en un viejo arbolito…nada del otro mundo, chucherías…pero era lindo…uno esperaba la hora con ansiedad…ahora solo había vino barato y cerveza que de a poco iban nublando los ojos de todos y hacia que las estridentes risotadas fueran mas huecas, mas vacías.

A eso de las 8 de la tarde sintió que toda la familia estaba de regreso; espero un rato y mentalmente se preparo para que lo levantaran y lo sentaran en el rincón para dar inicio a los festejos.

El sol siguió bajando…primero quedo todo como en una luz tenue, hasta que la oscuridad penetro por las rajaduras del postigo. Al otro lado de la pared podían oírse ya los ruidos de los hermanos que jugaban y la música que salía con estridencia de la radio.

Nadie vino a buscarlo y el, se quedo en silencio…como intentando no molestar.

Las horas pasaban con una lentitud insoportable, las risas de afuera le dolían tanto como el olvido. Intentaba dormir, intentaba verse jugando como antes del accidente, pero la oscuridad era mayor que todos los sueños y su pupila dilatada maldecía la negrura de esas paredes que lo aprisionaban.

Le pareció que eso, ya lo había pensado antes…si, se había imaginado que algún día, de a poco lo irían olvidando y que seria una carga demasiado pesada de llevar, pero nunca lo había imaginado así, de repente.

Andaban sus pensamientos por esos laberintos que la mente crea en las horas oscuras, cuando los ruidos externos le llamaron la atención…entre todo el bullicio se sentía el golpetear de un martillo, algunos murmullos y luego estridentes carcajadas…

Que estaría pasando?..A esta hora?...en medio de la fiesta?...posiblemente estarían reparando la pata de la vieja mesa que estaba casi peor que sus pobres piernas.

El golpeteo siguió por largo rato y su mente, nuevamente se disperso por caminos que solo el recorría, caminos por donde le acompañaban imágenes, instantes de cuando jugaba al futbol en el potrero, o cuando se empilchaban y salían de paseo dominguero hasta el zoológico.

Las explosiones y los destellos de los fuegos artificiales, lo arrancaron nuevamente de sus pensamientos y le anunciaron que ya eran las 12 de la noche…que extraño, del otro lado de la pared se había hecho silencio, un silencio tan profundo como el de esa lagrima que se había escapado caprichosamente de su ojo.

Si, tenia los ojos nublados de llanto, justo el, que nunca lloraba.

Las lagrimas, formaron miles de estrellas cuando la luz de la otra habitación estallo al abrirse la puerta. Quiso limpiarse apresuradamente los ojos, pero no tuvo tiempo, como tampoco pudo reconocer a quien lo alzaba casi con violencia de la cama y lo trasladaba en silencio hacia la habitación contigua o mejor dicho hacia “el comedor” como gustaba decirle su madre.

En el breve trayecto, limpio sus ojos y pudo ver a todos y cada uno de sus hermanos que lo miraban casi con ansiedad.

No lo sentaron en el cajón de frutas de siempre, lo pusieron en una silla en la cabecera de la mesa. El silencio era intenso y por un momento sintió miedo.

Su padre lo dejo en la silla y se dirigió muy despacio hacia la enorme pila de cartones que se acumulaban en el fondo de la habitación. Con ademán parsimonioso fue quitando los cartones hasta que de pronto apareció allí lo que para él parecía algo fabricado por la mano de Dios.

Una rustica silla de ruedas, fabricada con madera de los mas diversos orígenes y cuyas ruedas revelaban que habían sido fabricadas para otros fines…prolijamente pintada y con un moño inmenso en uno de sus apoya brazos; del espaldar se elevaba hacia el oscuro techo de chapas de cartón, un bellísimo globo rojo que tenia su nombre.

Se avergonzó que las lágrimas le nublaran nuevamente los ojos y se avergonzó aun más de llorar cuando recibió el abrazo de sus hermanos.

La madrugada lo sorprendió riendo en su nueva silla, moviéndose de aquí para allá y riendo como hacia tiempo que no lo hacia.

Cuando el sol comenzaba a dibujar estrellas en los sucios charcos de la villa se fue a dormir con una sonrisa.

Se durmió rápido y profundo y soñó, soñó sueños nuevos, soñó una mañana nueva, soñó que el viejo postigo ya no podía retener ni la luz ni los sueños y que el viejo camino avanzaba hacia el y que, como cuando era niño, se encaminaba hacia el sol con la risa en el alma y un globo rojo en su mano.

Ricardo Cascio

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