UNA OBRA DE AMOR, TERNURA Y PERSEVERANCIA
Lo que a continuación voy a narrarles fue un caso de la vida real ocurrido en Milwaukee, Wi (EE.UU.) en 1952. Me tomé la libertad de traducir parte del libro titulado: "A LABOR OF LOVE, TENDERNESS AND PERSEVERANCE", editado en 1982 cuyo autor es, Joseph Blank debido a su profundo contenido sensibilizador y de ejemplo extraordinario de lo que es capaz el ser humano cuando existe, precisamente, Amor, ternura y...perseverancia. Espero lo disfruten tanto, igual que este servidor.
El Hospital General del distrito de Milwaukee (Wiscosin) se enfrentaba a un grave problema; un nené de seis meses llamado Leslie: Con retardo mental y sin ojos, padecía además, parálisis cerebral. Era un vegetal inerte que no reaccionaba ni al sonido ni al tacto. Sus padres lo habían abandonado.
El personal de la institución no sabía que hacer...hasta que un pediatra sugirió recurrir a May Lemke, una institutríz-enfermera que vivía cerca del nosocomio. Una de las enfermeras del hospital la llamó por teléfono y le explicó que muy probablemente Leslie moriría en breve plazo.
_ ¿Nos ayudaría usted a cuidarlo hasta que muera?_ Le pidió.
_ Si me encargo de él, le aseguro que no morirá; y voy a hacerlo_ Respondió May
La enfermera no especificó que el distrito pagaría porque atendieran al niño, y a la institutriz no se le ocurrió siquiera hablar de ello.
Esto sucedió en 1952, cuando May tenía 52 años. Vivía con su segundo esposo, Joe; en una casita situada a orillas de un lago, en la cercana población de Pewaukee. Nacida en Inglaterra, se había casado con un combatiente de la Segunda Guerra Mundial y había criado a cinco hijos: Su primer esposo falleció en 1943, y cinco años después contrajo segundas nupcias con Joseph "Joe" Lemke, obrero constructor calificado.
Cuando May aceptó al pequeño, lo hizo como tal: Para ella, era una criatura, igual que cualquier otra, que necesitaba de amor y cuidados. Al intentar alimentarlo por primera vez, vio que Leslie carecía del reflejo de succión, espontáneo en la mayoría de los niños de brazos. Era evidente que en el hospital lo habían alimentado por vía endovenosa. No tardó en enseñarlo a comer: Le colocó la mamila entre los labios, acercó la boca a la de él mientras apretaba la mamila y hacía ruidos de succión junto a la mejilla del niño, que en seguida entendió de que se trataba.
Al tiempo que se ocupaba de él, le cantaba una canción de cuna, recuerdo de su propia infancia, arrullador al que cambió la letra para adaptarlo a la ceguera de Leslie.
// Sólo un bebé pequeñito caido del cielo
Sólo un bebé pequeñito que no tiene ojos
Sólo un bebé pequeñito que siempre está acostado
Sólo un bebé pequeñito que Dios conoce mejor /
Lo bañaba, lo acariciaba y arrullaba horas enteras; le hablaba y le cantaba. El enfermito permanecía inmóvil y no emitía ningún sonido.
Así lo cuidó, año tras año, pero no lograba que se moviera, ni que sonriera, ni que llorara o si quiera que hiciera ruido. Si May no lo hubiera tenido atado al respaldo de la silla, el niño se habría caido.
Le hablaba de contínuo, le masajeaba la espalda, las piernas, los brazos y los dedos. Oraba sin cesar y, a veces, mientras lo hacía, lloraba y se llevaba las manecitas de Leslie hasta las mejillas, para que sintiera sus lágrimas: "Ahora estoy muy triste y llóro" , le decía.
May rehusaba considerar al niño una carga. Yo busqué a Leslie y, por tanto, debe haber una razón de que yo fuera la elegida para criar a ésta indefensa y tierna criatura, se decía. Cuando Dios lo tenga a bien, me hará entender la razón.
No consideraba desdoro que la vieran con Leslie. Era su muchachito, su amor. Intuía que en algún resquicio del laberinto de aquel pequeño cerebro lesionado, el bebé se estaba esforzando; y se enorgullecía de él. Durante un viaje en autobús, una pasajera que había visto varias veces a May hablando al insensible niño, que llevaba en brazos, le aconsejó:
_ ¿Por qué no lo interna en un asilo? está usted perdiendo el tiempo.
_ Es usted la que desperdicia la vida_ replicó May. Estos niños se crían a base de amor y bondad. No en una hora, ni en un mes, ni en un año. Bondad y amor incesantes.
Un verano, Joe pasó horas en el lago meciendo a Leslie en el agua, con la esperanza de que los movimientos de muñeco de trapo que él imprimía a brazos y piernas, inspiraran al crío una reacción motríz voluntaria. A May le pareció que una o dos veces el pequeño había hecho movimientos voluntarios, pero Leslie no los repitió.
Aquel otoño May llevó a Leslie a un centro de rehabilitación de Milwaukee. Allí, nadie creyó que se pudiera hacer algo por el muchacho. No se pronunció ni una sola palabra de aliento.
El pesimismo de los profesionales no la amilanó. Estaba convencida de que algún día Leslie saldría de su cárcel. Tendría que ayudarlo a liberarse. Trató de idear algún medio para comunicarle mentalmente la noción de andar. Nunca había hecho el menor esfuerzo de gatear, nunca había visto andar a nadie.
Pidió a Joe, su máximo apoyo en la vida, que le hiciera un ancho cinturón de cuero que le rodeara la cintura y que le pusiera pequeñas bridas a ambos lados. Ella andaba con las manos de Leslie adosada a las caderas, y esperaba que así captara e imitara el movimiento; pero el inválido sólo colgaba inerte y arrastraba los pies.
Los Lemke mandaron colocar una cerca de tela de alambre en un lado de su predio, y May puso a Leslie en pie allí, para meterle los dedos entre el alambrado. Al cabo de varias semanas, el enfermo comprendió que la cerca lo sostendría. Se puso en pie. Tenía entonces dieciséis años.
Luego May intentó que avanzara a lo largo de la cerca. Nunca dejó de alentarlo cariñosamente: "¡Vamos amor, Muévete un poquito!; ¡sólo un poquito!" Reiteraba ésta súplica cientos de veces moviéndole ella misma las manos y los pies. Tras mucho porfiar, el enfermo logró hacer movimientos de progreso.
En cuanto pudo hacerlo, trató de alejarlo de la cerca. "¡Ven con mamita amor. ¡Por favor, ven con mamita!", le decía con paciente actitud. Al cabo de varios meses, aprendió a dar dos o tres vacilantes pasos.
Era una lucha interminable, agotadora, pero a May nunca le pareció que fuera una lucha; se estaba esforzando por ayudar a su muchacho; eso era todo. Pero sabía que necesitaba de un auxilio superior en sus esfuerzos: "¡Por favor Dios, haz algo por Leslie! oraba sin cesar. Aunque tenga dieciocho años, para mí sigue siendo un chiquillo. Una vez se enfadó y dijo: La Biblia habla de los milagros. ¡Dios mío! ¡Por favor, haz un milagro para este muchacho!
Cierto día observó que Leslie hurgaba con el dedo índice un tramo de cordel apretado alrededor de un paquete, como si quisiera oir el sonido. ¿Será una señal? se preguntó ¿Qué significaría aquello?
¡Música! se dijo. Por supuesto: música. Desde entonces la casa de los Lemke estuvo llena de música del tocadisco, la radio y la televisión. Hora tras hora sonaba música. Leslie no daba muestra de estar escuchándola.
May y Joe compraron un viejo piano vertical en 250 dólares, y lo instalaron en la vieja alcoba de Leslie. Una y otra vez, May oprimía los dedos del enfermo contra las teclas para enseñarle que los dedos podían reproducir sonidos. Él permanecía del todo indiferente.
Sucedió durante el invierno de 1971. Despertó May al oir una melodía; eran las 3 de la madrugada. Alguien estaba tocando el tema del concierto número uno para piano y orquesta, de Tchaicovsky. Sacudió a su esposo.
_ ¿Dejaste encendida la radio?_ le preguntó.
_ No_ repuso su marido.
_ Entonces, ¿de dónde viene esa música?
May saltó de la cama y encendió la luz de la sala, que iluminaba con tenue resplandor la recámara de Leslie. El muchacho estaba tocando el piano; May vio que una sonrisa daba vida a aquel rostro. Ella y Joe se miraron, se abrazaron y se echaron a llorar. Había ocurrido el milagro que tanto habían deseado o es que...¿esa obra de amor, ternura y perseverancia había dado sus frutos?
NOTA: Este servidor hizo una reproducción fotográfica de la foto original del libro donde aparece Leslie y May, para subirla como referencia, ya contaba entonces sus dieciocho años de edad.
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