- La culpa la tiene ese viejo pelotudo que no aparece, ¿a vos te parece que siendo el jefe de operaciones no está por ninguna parte y nosotros no podamos trabajar? Se habrá ido a dormir la siesta…
Se lo dijo Oscar Díaz a su socio y amigo Exequiel Echembaun cuando intentaban correr el programa de computación en la Municipalidad de Mendoza que habían preparado con mucho esmero en Buenos Aires y no podían hacerlo funcionar en la máquina por no estar yo, que debía darles la autorización para eso.
Oscar, Exequiel y un grupo de programadores, habían trabajado durante tres meses preparando el programa de altas, bajas y modificaciones del impuesto municipal, no les resultó sencillo, fue algo muy complejo lo que tuvieron que hacer, el trabajo debía contemplar todos los habitantes de Mendoza Capital y al mismo tiempo actualizar el ya existente, por cuanto volcar el viejo programa al nuevo les llevaría muchísimo tiempo y eso era lo que creían no tener, tiempo.
Los minutos transcurrían y yo, el jefe de operaciones no aparecía, la impaciencia y la ansiedad se iba apoderando de ellos, la hora del avión de regreso se les venía encima por lo que, a pesar de mis ordenes, decidieron actuar desconociendo la directiva de que a la máquina no se la podía tocar sin la autorización correspondiente.
Al ingresar en la sala, el operador de turno no se preocupó al verlos en ese lugar, ya los conocía de cuando se hicieron las primera pruebas, esa situación les allanó el camino y casi sin dar explicaciones tomaron posesión de los comandos, colocaron las cintas maestras y pusieron en marcha el programa, el monitor de operaciones les comenzó a mandar mensajes de errores que no conseguían descifrar, las cintas giraban dando la pauta de un funcionamiento normal, el operador ya no estaba en la sala, y al querer salir a buscarlo, se dieron cuenta de que la puerta no se abría.
- Exequiel - lo escuche decir a Oscar en tono alarmante a su socio Exequiel, - la puerta no se abre -
- Tranquilo, por favor, quedate muy tranquilo, si nos ponemos nerviosos no vamos a poder solucionar nada - fue la respuesta de Exequiel.
La experiencia que tenían en sistemas de cómputos era muy grande como para preocuparse demasiado por lo que estaba ocurriendo y despreocupándose por el tema de la puerta pusieron toda su atención en la computadora.
Según los datos que ellos veían en el monitor seguramente podían comprobar que se estaban haciendo transacciones entre cuentas y como no conocían el programa que se usaba en esa ocasión, no sabían exactamente que estaba pasando, comenzaron a prestar más atención y a tratar de sacar el equipo de ese proceso, pero nada, el sistema no les respondía.
Insistieron permanentemente con todo el bagaje de conocimiento que tenían pero no conseguían pararlo; el teléfono seguía muerto, la puerta sin poderse abrirse y la máquina en su laborioso proceso, totalmente ignorado por ellos.
Al no quedarles otras alternativas, seguramente se empezaron a preocupar, intentaron seguir la secuencia de las operaciones que se estaban ejecutando con la vista más que atenta en el monitor, algunas cuentas de la municipalidad se abrían y se cerraban seguramente, esas las debían conocer por el trabajo que habían hecho, otras no, seguros que no, también notaron, con seguridad que aparecían nombres de bancos y números que podían ser de cuentas; pronto aparecerían nombres de localidades y bancos del exterior del país y números, muchos números que no lograban identificar, nada tendría lógica para ellos, ni que ese programa se estuviese corriendo, ni que estuviésemos en la sala de operaciones encerrados y solos, la ansiedad y la desesperación los ganaba a cada instante, muchos interrogantes comenzarían a aparecer en la cabeza de esos muchachos.
El tiempo fue pasando y como a las dos horas, terminada la siesta mendocina, con la llave abrí la puerta de la sala muy bien acompañado:
- Esos son los hombres - dije en tono imperativo y señalándoselos, al oficial de policía que junto a otros tres agentes más habían ingresado a la sala - si esos son los que se están robando los datos del sistema - agregué.
El oficial les pidió que se dieran vuelta y los esposó, se acomodo en un escritorio frente a una máquina de escribir y les imputo el delito, cuando los llevaban, quedamos un instante juntos y en vos baja dije:
- Gracias, yo sabía que iban a hacer un buen trabajo… por mí, voy a pasa una vejez muy feliz y con mucho dinero gracias a ustedes.
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