El primero de diciembre y las manifestaciones de apoyo por Ayotzinapa
Guillermo Castillo Ramírez
“No me voy a cansar. [ ] ... Los llevo a todos [los normalistas desaparecidos] en mi corazón. Vamos a encontrarlos. Los estamos esperando en Ayotzinapa”. Clemente Rodríguez Moreno, padre del normalista desaparecido Cristian Alfonso Rodríguez Telumbre [manifestación de la marcha del primero de diciembre en la ciudad de México].
“Ayotzinapa somos nosotros y toda la gente que nos ha apoyado en donde quiera que nos hemos parado y nos han brindado la solidaridad”. José Solano, estudiante de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos [manifestación de la marcha del primero de diciembre en la ciudad de México].
Movilización y fractura de la inercia
Rompiendo la inmovilidad y siguiendo la convocatoria y el llamado de los padres y compañeros de los normalistas asesinados y desaparecidos el 26 de septiembre, el pasado primero de diciembre se llevaron acabo diversas marchas multitudinarias para exigir justicia y la aparición con vida de los estudiantes normalistas secuestrados en Iguala. En dichas manifestaciones se reunieron nuevamente diferentes organizaciones sociales y políticas, miles de estudiantes de educación medida superior, universitarios de diferentes instituciones de educación pública superior, maestros, trabajadores, grupos de la sociedad civil, organismos de derechos humanos y diversos colectivos a lo largo de las principales ciudades del país y en gran parte de las entidades federativas del territorio nacional. A estas manifestaciones se sumaron diversas demostraciones y actividades de apoyo y solidaridad en el extranjero desde diversos países. Venciendo el miedo y la intimidación de los últimos actos represivos de las fuerzas de seguridad del estado (justificados y estimulados por la actuación de provocadores e infiltrados), la gente salió a las calles una vez más e hizo resonar la exigencia de dar una repuesta veraz y expedita a las demandas irresueltas de los padres y compañeros de los normalistas ausentes, quienes, con dolor y rabia, desde hace más de dos meses han buscado incansablemente a sus hijos y compañeros.
La movilización social frente a la cosecha de atrocidades e ignominia
La argamasa que une y articula a estos grupos, organizaciones y miembros de la sociedad es la sensación y el hecho de vivir una situación de injusticia estructural, permanente y profundad; está la percepción de que cualquier otro individuo o persona pudo haber sido o puede ser el desaparecido número 44 y el séptimo asesinado. También permanece la certeza de que los 43 desaparecidos resuenan como un eco atroz e hiriente de los más de 26 mil desaparecidos en los últimos ocho años de gobierno, y de que los tres estudiantes brutalmente asesinados el 26 de septiembre en Iguala son una manifestación exacerbada de la violencia que ha generado más de cien mil asesinatos y muertes violentas en la última década. Todo esto es en gran parte resultado de una política oficial de seguridad militarista, errática y desfasada que sólo ha cosechado lo contrario a lo que discursivamente se proponía: inseguridad y muerte.
Cada vez está más presente y se difunde la idea de que el Estado (en sus diversos niveles y con sus múltiples instituciones) no sólo no le interesa y no ha sido capaz de dar respuesta a las problemáticas y demandas (de seguridad, empleo, educación, salud, trabajo, etc.) de grandes sectores de la sociedad (normalistas, maestros, estudiantes, organizaciones sociales y políticas, padres de familia, entre otros). Por el contrario, conforme pasa el tiempo es más generalizada la consideración de que el Estado, no sólo no actúa y por tanto incurre en omisión y negligencia, sino que es parte integrante de estos problemas y de que es él mismo quien fomentó las políticas y condiciones socio-económicas que hicieron posible atrocidades como las muertes y desapariciones de Ayotzinapa (así como los decenas de miles de desaparecidos y los más de cien mil asesinatos en las dos últimas administraciones federales). La confianza y credibilidad en el Estado se ha rotó y vuelto añicos para grandes sectores de la población mexicana.