Responder28/06/19 19:40:21
Oh, mi pueblo. / / Si yo pudiera / confiar a una guitarra compañera / mi pena simple, cantaría: / / Aquí estoy ¡oh tierra mía! / en tus calles empedradas, / donde de niño, en bandadas / con otros niños, corría. / ¡Puñal de melancolía / este que me va a matar, / pues si alcancé a regresar, / me siento, desde que vine, / como en la sala de un cine, / viendo mi vida pasar! / Repito nombres ya desabrigados, / a la intemperie; nombres como huesos / de antepasados prehistóricos. / (Mi prehistoria: ayer apenas, / hoy mismo todavía y mañana tal vez.) / ¿Dónde está Ñico López, farmacéutico / y amigo? ¿Dónde está, por ejemplo, / Esteban Cores, empleado / municipal, redonda cara roja / con su voz suave y ronca? / ¿A dónde fue mi abuela pequeñita, / caminadora pequeñita, / Pepilla pequeñita, / con su voz asfixiada y su pañuelo / de cáncer ya en el cuello, / mi abuela pequeñita? / ¿Y el policía Caanmañ, con altos ojos verdes / y boca de dos dientes? / ¿Y dónde está Zamora, el policía / negro, corpachón de gigante, / sonrisa de hombre bueno? / ( ¡Zamora, que allá viene Zamora! / Era el grito de espanto / sobre mis juegos, terror de mis esparcimientos.) / ¿Y mi compadre Agustín Pueyo, / que hablaba de Aristóteles / en las tertulias de «Maceo»? / De repente me acuerdo / de Serafín Toledo, / su gran nariz, su carcajada, / sus tijeras de sastre, / lo veo.
Lázaro David Najarro Pujol