Las sombras habitan el lugar, dueñas del espacio, como las antiguas almas que padecieron el encierro. Siguen allí. Ellas caminan aún esas celdas y pasillos, ahora en completa libertad. Imposible sentirse totalmente solo. Intuí ciertas presencias, casi amigables y serenas. Como el amigo que te recibe en su casa para que conozcas sus más preciadas posesiones.
Me acompañaron, mostrándome algo que les fue propio, impuesto o merecido; vivido durante meses y años. Su casa. Una casa que, por mucho tiempo, los alejó de la vida real que conocemos para imponerle esa vida en porciones, que se colaba por entre las rejas, hasta pagar su deuda.
Las ventanas, que abundan, dividen con sus gruesos barrotes la entrada de la luz, que es vida y esperanza. Esas ventanas que permitían soñar con el afuera. El afuera, que era a la vez, el pasado y el anhelado futuro.
Vi que hasta las paredes llevan su carga de espanto. Las sucesivas capas de pintura fueron cubriendo los pensamientos y sueños escritos en ellas. Se fueron secando y retorciendo sobre sí mismas, no queriendo dejar escapar tantos pesares, esperanzas y amores perdidos.
Todo, pero todo, lo cubre el silencio, profundo, visceral como en las noches interminables del presidio.
Pero hoy, todas las penas se fugaron. Esas ventanas y esas rejas ya no retienen vidas. Apenas unos pocos espíritus se han quedado perdidos y sirven de anfitriones en ese tour por la vieja cárcel.
Continué recorriendo , sin prisa, los pasillos y salas del primer piso. Perdidos en estos ambientes, observé en unas pocas paredes, algunas fotos de mujeres recortadas de viejas revistas, miradas una y mil veces. Sillas desvencijadas, que aún parecen ocupadas por invisibles personajes. La vida allí vivida se dejaba leer en las paredes, contando historias y creencias.
Esos espacios que estuvieron plagados de tensiones, gritos, temores, traiciones, ambiciones, venganza y dolor hoy experimentan una serena paz. Un silencio profundo, que brota de las celdas más aisladas, se desparrama, como el sol febril de la tarde, por los pasillos y ambientes más amplios.
El patio de la planta baja, parecía ser la zona de pequeños placeres: ejercicios físicos, visitas, charlas y naipes. Nada tangible, solo sensaciones desperdigadas en esta inmensidad de barrotes y cerraduras.
El presidio, casi como un anciano solitario, se va dejando hundir por el tiempo y el descuido en una agonía lenta. Agoniza esperando su libertad, sigue los mismos pasos que aquellos que la habitaron. Sigue esperando que se termine su condena, que alguna mente creativa le brinde una nueva oportunidad.
Ensayo fotográfico.