Ir a las islas del Delta nos abre una ventana a un mundo distinto, especial. Donde todo depende del agua.
El agua color de león acaricia y nutre, destruye o asusta, inunda o entretiene.
Los turistas la disfrutan de muchas manera y los isleños, acostumbrados a lidear con ella, con paciencia tratan de manejarse y ser felices con los diferentes vaivenes que el clima y las crecidas o bajante les impone.
Todo es cambiante en esas islas de limo, arcilla y arena colonizadas por juncos, pajonales, ceibos y otras tantas especies autóctonas o implantadas.
Un día diáfano se puede convertir en una inundación con una terrible sudestada o al contrario.
Mirando los miles de verdes, la colorida floración y el agua que mansamente te relaja podés sentir que la paz te invade por completo.
Y los isleños luchan con una vida totalmente distinta a la de tierra.
Tienen hábitos acordes a un mundo donde manda el agua. Nada es fácil pero vale la pena, creo yo, esa cercanía con la naturaleza que te hace sentir que estás vivo de verdad.
Diana Rojas