La tierra de los pobres... / M.Caballero

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"La tierra de los pobres más pobres"

Marcelo Caballero

Punta Alta, Bs.As., Argentina
marceloc5@yahoo.com.ar
 Volver Una gigantesca marea humana me ofreció una inusual bienvenida, apenas dejé atrás la convulsionada estación de trenes de Howrah. Amanecía y de pronto, comencé a sentir unas ganas enormes de irme de allí. Entonces, decidí sobre la marcha no quedarme más de un día en esa ciudad.
Las primeras calles me llenaron de dolor y confusión. No sabía a donde ir ni que mirar mientras pasaban muy cerca mío todo tipo de transporte: rickshaws, carretas tiradas por bueyes, buses atestados de gente hasta en el techo, viejos Ambassadores ingleses, bicicletas. El tráfico era un caos.
Sentí que no estaba en el sitio correcto pero seguí adelante impulsado por una fuerza desconocida. Decenas de callejuelas surgían ante mis ojos como laberínticos paisajes distorsionados de gente de todos colores, religiones, muchos pidiendo limosnas, otros sólo caminando sin rumbo.
Más tarde, aún sin saber como lo hice, llegué muy cansado hasta un humilde albergue de la zona de la calle Sudder en Chowringhee y en el hall del recinto me encontré por casualidad con un simpático español. Era la primera vez en meses que hablaba mi lengua con alguien!!! Eso me reconfortó y luego de charlar un rato sobre nuestros viajes, me invitó a visitar la casa de las Misioneras de la Caridad donde él trabajaba como voluntario. Y al otro día no me fui, me quedé un día más…y otro… hasta completar dos meses junto a la congregación fundada por la Madre Teresa en 1950. Y en el 2003 retorné pero con otra convicción, quizás con más experiencia pero sin esa inicial impresión de rechazo que me provocó Calcuta que, a esa altura, había comprado definitivamente mi corazón.

Un día cualquiera
La actividad comienza alrededor de las 5,30 de la mañana y dos horas después entra en su apogeo virulento y anárquico. Y a pesar del invierno – vísperas de los devastadores vientos monzónicos - la temperatura trepa hasta los 30 grados y castiga los doloridos cuerpos de los mortales que desafiamos estar allí.
Bien temprano, uno puede observar por todas lados como los indios utilizan, para bañarse, el agua de los viejos grifos de las veredas. De allí, algunos se van a trabajar a los mercados ambulantes de frutas o verduras, otros a la construcción; sin embargo, la mayoría vaga penosamente por las calles.
Se lavan entre la basura acumulada de días y, mientras, sufren las continuas embestidas de carretas impulsadas por hombres descalzos que no dejan de sorprenderme (único en el mundo). Por las grandes avenidas los viejos Ambassadores convertidos en taxis apenas ven un turista se le tiran encima por un puñado de rupias.
Aquí todo da igual. Al lado de un shopping, un basural; de una residencia victoriana, un montón de niños, mujeres y hombres sin techo ni hogar. Una constante, una zozobra sin delicadezas a la vida.
Mientras tanto las prostitutas corretean a los extranjeros. Algunas hasta muestran sus trofeos: bebés no deseadas que pronto caminarán por las calles como miles de ellos pidiendo alguna limosna.

La agonía comenzó con los ingleses...
En 1890 se estableció la sede de la East Indian Company en Calcuta y gracias al comercio intenso fruto de la explotación salvaje del estado de Bengala y, sobre todo, del yute, se convierte en la capital de la India Británica, en el orgullo del “British Raj”. La actividad de sus fábricas era intensa. Alumbró las calles con farolas de gas con anterioridad a muchas capitales europeas y en sus teatros representaron a Moliére, antes que en Londres. Lord Valentía afirmaba en 1803: “Se trata del conjunto de palacios y monumentos que constituyen el paisaje más bello que imaginarse pueda”. (1)
A la par que palacios y monumentos creció la “Black Town”, la ciudad negra en la que malvivían los explotados. El célebre escritor indio Ruyard Kipling, espeluznado por las condiciones de vida infrahumanas escribió el poema La noche terrible.
Y Lord Clive dijo: “es el lugar más repugnante del universo”. La “Black Town” desarrollándose como una ameba, acabó por fagocitar a Calcuta entera. Cansados del monstruo creado por ellos, los “gentleman” trasladan la capital, la joya de la corona a Delhi en 1911, acelerando la decadencia actualmente más que evidente.
El primer presidente indio después de su independencia en 1950, Jawarahal Nerhu (2) dirá sobre la ciudad: “a unos pocos kilómetros de los palacios de Calcuta, mujeres semidesnudas, salvajes y desnutridas, dejan la piel y los huesos por el sueldo más mísero a fin de que un gran caudal de riqueza fluya sin cesar hacia Glasgow y Dundee así como a determinados bolsillos de la India”.
Calcuta goza de mala prensa, no solo en el mundo sino también en la India. Se ha convertido en el sinónimo de la ciudad terminal. A pesar de ello hasta hace muy poco era la ciudad de moda.
Por todo el mundo se difundieron las imágenes de sus leprosos, de la miseria, de su degradación. Louis Malle rodó su documental Calcuta y Dominique Lapierre escribió La ciudad de la Alegría (ver la película ganadora de un Oscar a mejor film extranjero 1992 protagonizada por Patrick Swayzer). Pero llegó el momento en que la saturación de información y de textos apocalípticos dejó de ser periodísticamente rentable y, exceptuando las referencias a Madre Teresa, Calcuta fue archivada por las agencias de prensa con el sambenito del terror.

Lic. Carlos Marcelo Caballero
Fotógrafo – Periodista especializado en viajes



Bibliografía
(1) El Porteño. Agosto 1988. Buenos Aires: pág. 65,66.
(2) Primer ministro indio (1950 – 1966) Lo sucedió Indira Ghandi (sin relación con Mahatma Ghandi) cuando ganó las elecciones presidenciales de ese año. Lonely Planet Publications. 1998. Australia, USA, UK, Francia: pág 29.
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