Tournée a mí mismo
Soportamos, sufrimos, amamos y odiamos todos aquellos instantes que son los de nuestro Yo, pero sólo en tanto transitorios, en tanto momentos, parcelaciones (¿la niñez, los juegos, el amor, algunas muertes?). Vendamos, en cambio, los ojos de este complejo soporte que es el cuerpo que sustenta un Yo que permanentemente muta y que no es sólo psiquis, sino también materia pensante y existente: lo que el filósofo llama ente y el teólogo creatura. Raúl Cottone nos propone la lectura de una serie de imágenes fotográficas alucinantes y alucinatorias, que constituyen una profunda indagación del ser-ahí, desde sus bordes más obvios hasta los más sutiles y abstractos, desde la superficie de la conciencia hasta los entresijos mas profundos, desde lo obvio a ese enigmático universo que en nosotros vive y que, por una tradición clásica griega, ha sido excluido del ámbito de lo bello.
Si bien un autorretrato en color, de cuerpo entero, que integra la serie de Cottone, es admisible dentro del cánon estético de Winckelmann y, como tal, tranquiliza posibles zarpazos de angustia, a él le sucede, de improviso - en blanco y negro - el mismo autorretrato, atravesado ahora por rayos X que desnudan el esqueleto de lo que fuera apolíneo y tiende un puente entre lo que es deleitable y lo horrendo, sentimientos que en nosotros conviven: la pendiente amenaza de muerte que intencionalmente olvidamos. Una atenuación del contraste lumínico, desvanece aún más la memoria de lo carnal y anticipa esa disgregación que prologa las cenizas.
Un perfil en blanco y negro nos retrotrae a la contundente realidad externa, a la exultante carnalidad que semantiza la apariencia cotidiana y estimula el olvido del andamiaje óseo interno. Músculo, piel, barba, cabellos, lo legible como viviente, bello y apolíneo. Breve duración. En otra pieza fotográfica, los rayos X transforman ese perfil en una medusa humana, de estructura córnea, en una osteogénesis temible y bella al mismo tiempo, con ese candor silente, con esa humildad que le es propia, con ese desapego del músculo, del tendón y la piel que las momias egipcias nos ofrecen. Y otra vez la materia, el revestimiento de lo oculto, un retorno a lo apolíneo, a lo que somos en el espejo, una transitoria y fugaz belleza. El cabello, la barba, la intensidad viviente de las pupilas tras los anteojos, el autorretrato-detalle que nos ofrece a un alguien que vive, que existe, que piensa, que es un Yo ante su Yo, casi desafiante:
"Ergo sum qui sum". Pero que, no obstante, se va disolviendo en otro rostro en el que los negros, los grises y los blancos se atenúan, como en una suerte de aguada, en una fotografía-acuarela que preludia la descarnailización de un rostro que fue músculo y piel y deviene hueso. Los rayos X revelan ahora un rostro que muta, que rechaza la cubierta del afuera y revela el adentro, esa calavera atisbante detrás de la máscara del rostro, transformándose de modo paulatino y ofreciéndose con una suerte de candor (tal vez macabro) a la contemplación de un alguien, un otro (un "alter ego"), de espaldas, con el cráneo rapado, proyectando su sombra sobre una vaga imagen que se esfuma. Enigmatica, plurisémica composición que sugiere una suerte de promesa o futuro (nóumeno fatalmente ecuménico).
Ahora otra imagen; la palma de una mano, con los dedos extendidos y en el anular una alianza. ¿La boda con la vida, la resurrección, el acto de dar u ofrecer, la caridad o la demanda de la mano del otro, la persecución de una comunidad de un ser en el no-ser?. Pero la mano desnuda su esencia transitoria. Ahora ya no es mano, piel y músculo, sino hueso desnudo, carpo, metacarpo, dedos, que ya nada dan ni ofrecen, y los rayos X disuelven la alianza . No obstante, esa mano tuvo alguna vez identidad, fue la mano de algún existente: ¿Cottone (en tanto modelo), Cristo o peregrino mendicante? Una tercera foto la identifica: Es el dedo pulgar mostrando la yema. Pero nos falta el código.
Dos nuevas placas introducen un nuevo elemento anatómico: el cerebro, prolijamente analizado tomográficamente. Infinitas tomas cerebrales y sobre ellas, letras escritas en tinta roja. Las palabras memoran nombres, ciudades, obsesiones indescifrables, menciones a ciencias y artes, libros, mitos personales, registros obsesivos en las neuronas de lo que se amó, odió o anheló. La enciclopedia mental de alguien que ofreció su Yo enclaustrado entre el preconsciente e inconsciente, entre el super-Yo y la represión, alguien que fue algo, tal vez mendigo, pensador, poeta o fotógrafo.
Mágica, profunda, seductora, inagotable tournée hacia el sí mismo de un ente o creatura, tournée que no es otra cosa que ese mecanismo sensible y pensante que es el Yo sumergido en la carne, los huesos y los humores.
Ricardo Ahumada
CUERPO
Cuerpo -es decir
lo dado como
naturaleza- lenta automática
de las funciones como
cohesión, funcionante
esqueleto, oculto
en la carne, que transpira
y ama en la carne,
transformándose lentamente,
volviéndose gris
por el calor proporcionalmente
distribuido,
según la sección áurea
elaborado, trabajando
sobre otro húmedo
y solitario -cuerpo
que rápidamente se cubre
de nuevo, fastidiado
por la uniformidad
del ejercicio, sin embargo con
animosa apariencia durante
la avanzada edad.
La alegría permanece en él
largo tiempo encendida, bello
y bueno el todo-
espectáculo interior
que hacia fuera penetra.
En el fuerte pigmento
y bastante homogéneo
tejido están los días ya
contados.
Lo sencillo en él
no es dicho nunca.
II
Algunos
sólo contornos de ideas
y de esta manera
apariencia de lo elevado,
psicológicamente una mentira,
como sano espíritu
encubierto -
cuerpo, un esbozo,
proyectado contra decadencia,
cuidadosamente preparado,
trozo por trozo,
anatómicamente libre de objeción,
mensurables los órganos,
el libre corazón,
sobre la radiografía
el loco interior,
no incombustible y
a prueba de robo.
Músculos y miembros
viven unos con otros.
La mano se pone en la mano.
El ojo pleno de sol
para poetas, todo
considerado en particular
magnífico, mientras la perezosa
conjuración del tiempo
en él esta activa y
la apariencia cambia, al final
su inconveniente vida concluye.
III
Ver, de que manera
con él continúa
por algún tiempo
ininterrumpido
por su constitución
o por lo que por ello se
mantiene.
Tomarlo como una
completa cosa,
dejarle la voluntad,
como su costumbre
de querer aguardar
las provisorias sensaciones -
cuando no hay ningún apuro,
cualquier tiempo es útil-
contemplar sus intentos
de fuga, la dirección
en la que él se
aleja al cielo
o perdido en pensamientos
sobre sí mismo,
entre el abuso de
atributos:
ningún espejo de Dios,
ni una vez pintura
en el espejo, cuando su
cristal como impresión lo refleja
en especial figura,
un motivo entre otros,
maniquí con alma
que vuela de cuerpo
a cuerpo. Salud
la economiza, la que resta
en la superficie.
A ella le agrada cuando
las necesarias funciones
con diversión se consuman.
IV
Utopía, redimida, libertad
como tensión suspendida -
libido, que por el objeto
sobre el cuerpo recae
(modelo de un dogma
de sociólogos):
cuando el esperma
lo abandona de pié o
acostado, según el modo usual,
más tarde él su agua rehúsa
o en los literarios
paseos lo sobrecoge
el paisaje,
el amado año
en los apartados cuartos entra,
flores de la temporada
en el brazo, mientras él
las más finas aptitudes
repasa, como potencia,
firme esplendor en la mirada
y Señor en casa propia,
absoluto y aceptando la forma
como por primera vez,
sin tendencia al impulso hacia la muerte,
con bienestar
sobre todo el cuerpo,
plástica la figura,
firme sobre las piernas, sin
plano de inclinación.
Futuro natural
ha comenzado.
V
Lo necrótico
que él tiene en sí,
sensibilidad, desgastada,
a pesar de los inquietos ojos.
Paulatinamente acepta él
la forma real
en su debilidad:
nunca más en contradicción
consigo.
Los desarrollados órganos -
para meditar bien,
acomodados al todo.
El azar, abolido, como
el sentimiento.
Meditativo egoísmo
como el arte,
poco para amar.
Vida como cuadro sinóptico
de inútiles frases.
La voluptuosidad contrae el cuerpo
una vez más,
antes de que la eternidad
se instale como forma
de ocio.
KARL KROLOW (1915-1999)
Traducción: Ricardo Ahumada