Gente de Pascua / Lorenzo Moscia

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"Gente de Pascua"

Lorenzo Moscia

Italia / Chile
lmoscia@yahoo.it
http://www.gentedipasqua.com
 Volver (Extracto del prólogo del libro "Luces de Rapa Nui" por Lorenzo Moscia)

Domingo, 9 AM. Desde la vieja radio del puente de mando, se empieza a escuchar un canto en pascuense. Llevamos trece días en el mar, desde que zarpamos de Valparaíso a bordo del buque de carga Orlando II. 16 hombres, cuatro mil toneladas, entre balones de gas, autos y comida, que van a abastecer la Isla de Pascua. Aún no la divisamos en el horizonte, pero sabemos que está ahí, porque la misa cantada empieza a escucharse por todas las radios de la nave. Las guitarras y los tambores vienen a romper la monotonía de esos días de navegación. Una atmósfera de excitación e impaciencia comienza a propagarse entre la tripulación cuando, al fin, aparece la Península del Poike, que a lo lejos se confunde con las nubes.
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Se empieza a distinguir la costa sur y, más lejos, la pared del Volcán de Rano Kau. Seguimos a una velocidad de 5 ó 6 nudos, y son las tres de la tarde cuando pasamos por entremedio de los islotes que miran hacia el sudoeste. El espectáculo es impresionante. Estamos todos en cubierta, incluso el cocinero Cookie, a quien rara vez había visto asomarse fuera de la cocina. Las nubes bajas dibujan su sombra en el mar y los 400 metros de altura del volcán parecieran caernos encima.
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Me abandonaba a estas reflexiones cuando por fin el ancla cayó en el agua frente a Hanga Roa, el único pueblo de Isla de Pascua. Unos cuantos botes de pescadores rodearon al buque. Noté a lo lejos que habían pavimentado el camino del cementerio y que había crecido el número de cruces y de lápidas. El lugar se veía tranquilo, como todos los domingos en las tardes.
Desde la cubierta diviso el bote del Cacho, con su pluma en la cabeza y con la Pepeka en sus brazos. Lo había conocido cuatro años atrás, en mi primer viaje. Se llama Germán Ika. La abuela Mamarú, los cuatro hijos y su señora Viki me habían dado techo y comida en mis pasadas estadías. Hace un par de años había nacido con gran felicidad la única hija, Pepeka, y me tocó la suerte de ser el padrino; acudimos a la iglesia descalzos y con plumas en la cabeza.
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Llevo también dos guitarras, instrumento muy apreciado sobre todo en las noches de fiesta, y unas matas de papas y cebollas. “Los rapa nui no tienen de qué quejarse; no pagan impuesto”, dicen en el continente. Pero en la Isla esta mercadería cuesta el triple: una cebolla, 400 pesos; 1.700 el kilo de papas y 1.400, el de pan. Orlando Paoa, el primer pascuense en tener un buque de carga, puede ahora abastecer la Isla cada dos meses. Gracias a eso, algunos precios han ido bajando.
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La Isla no tiene recursos propios que pueda exportar; por eso el turismo es la entrada principal. En los aviones, los pasajeros que viajan a Rapa Nui escuchan: “Gracias por preferir Lan Chile”, pero no hay otra opción para llegar por aire a la Isla. Es la única línea aérea y como monopolio, dicta los precios. En 1990 los pasajes subieron de un día para el otro, desde 60 mil a 130 mil pesos. Los Rapa Nui ocuparon pacíficamente la pista de aterrizaje con tractores y caballos en señal de protesta; conversaron con ejecutivos de la compañía aérea y los pasajes bajaron. Solo por unos pocos días, porque al poco tiempo ya se alzaban de nuevo. Hoy, el tramo Santiago-Isla de Pascua-Santiago es el más caro del mundo por kilómetro.

La pesca es uno de los principales recursos; es un oficio que los Rapa Nui aprenden desde niños. Con un hilo amarrado a un tarro, desde las orillas, sacan el “pissiuie”, pescado sagrado en la Isla que, enseguida, matan con un mordisco en la cabeza.
“No soy bueno para pescar con la caña”, cuenta el Paka, “a través del hilo mis manos conversan con el pescado”.
El Kiri acaba de volver del continente con varios metros de red que se ocupan regularmente para pescar. La red se carga en el bote y se tira de noche, en la bahía al frente de Hanga Roa, y luego se saca al amanecer. Antes de retirarla, dan varias vueltas en el bote, tirando piedras al agua y batiendo los pies para asustar a los peces, empujándolos hacia la red.

Junto con la pesca, está el campo, donde se desarrolla otra actividad fundamental para la vida en la Isla; sobre todo en verano, es común salir del pueblo con toda la familia para ir a acampar. Abundan las cuevas que se transforman en casa. La roca de Rapa Nui es tan porosa que no hay ríos, pero sí una gran cantidad de cuevas; son casi 800 las que se conocen.
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Salir del pueblo, en los últimos años, ha ido asumiendo un valor cada vez más importante. Cuando llegué en 1997, había 8 taxis. Ahora, en el 2002, son casi 80. El pueblo cambia mes a mes. “Estamos bajo una invasión masiva por parte de los continentales”, reclama el Kay, y no es el único. Así que salir al campo es salir de la bulla, es realmente vivir y disfrutar la Isla.
El siempre joven Valentín Riroroko vive en el campo. En su “Pae-Pae”, una casa de palo con latas, cuenta con agua de lluvia y luz de vela. Lo vuelvo a visitar y lo encuentro siempre igual: trabajando su artesanía y cuidando su parcela. Planta pepinos, maíz, camotes y cebollines. Con los años, ha ido modernizando su casa; la cocina a leña ha sido sustituida por una a gas y un estanque arriba del cerro, le entrega agua para los cultivos. Siempre igual este Valentín. Le cuento de mi travesía en mar y él se acuerda de la primera vez que navegó para salir de la Isla a comienzos de la década de los 50, escondido en un buque de la Armada. ...
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La vida en Rapa Nui no era fácil hace unos años. Los pascuenses vivían encerrados entre alambradas en su propia tierra. En 1895, Chile dio en arriendo la Isla al francés Merlet, quien la transformó en una estancia ovejera. En lugar de poner alambre a las ovejas, encontró más conveniente ponérselo a los mismos isleños, que fueron amontonados en el pueblo, perdiendo cualquier derecho sobre el resto del territorio de la Isla. Poco después, la compañía Williamson Balfour continúa con el guión que había iniciado el francés y funda la Compañía Exploradora de Isla de Pascua.
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Cuando llegó el etnólogo belga Metraux, en 1935, descubrió en Rapa Nui la colonia con peores condiciones de vida de todo el Pacífico. “Desatendida por los chilenos y bajo la influencia nefasta de los elementos enviados a ese lugar (refiriéndose a los de la compañía), la Isla de Pascua no decayó, sino que simplemente se pudrió en una miseria irremediable”.
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Aunque encerrados con alambre por 75 años, raptados, violados, privados de sus cultos religiosos, no se puede afirmar que los pascuenses reaccionaron con violencia, pese a que tenían el derecho. Una vez, un marino ebrio solucionó un altercado con un isleño, clavándole un cuchillo en pleno vientre. Corría el año de 1896 y podemos informarnos del asunto en el diario del gobernador Sánchez: “Los indígenas permanecieron tranquilos esa noche. Al día siguiente vinieron con su Rey, vestido de gran uniforme a conferenciar conmigo pidiendo que le entregara el asesino hasta la llegada del siguiente buque que se lo llevaría a una cárcel del continente. El Rey me dio su palabra de que nada le iba a pasar... dejé que se lo llevaran no sin quedarme con algún temor”.
El marino, un joven de 24 años, no tardó en establecer amistades con los isleños, enseñándoles a leer, rezar y hablar Castellano. Nunca le pasó nada y al cabo de un año llegó el buque en el que se fue definitivamente.
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Entre los que se van al campo los fines de semana, hay un pequeño grupo de Rapa Nui que, desde marzo del 2001, se está dedicando a refaccionar antiguos complejos arqueológicos, como Hare Moa (gallineros), Pipi Horeko, (delimitaciones de las tierras), Umu Pae (hornos de piedras), Mana Vai (protecciones para plantar).
Por primera vez, los Rapa Nui se están dedicando, solos, a reconstruir su pasado. En los últimos cuarenta años se han recuperado varios centros ceremoniales, levantando decenas de Moai, pero, dada la magnitud de las obras, siempre se han necesitado supervisiones de expertos arqueólogos y grandes fondos.
La refacción de los Hare moa no requería de grúas ni dinero, por lo que un grupo de pascuenses, encabezados por el Cacho, decidieron volver a erigir las estructuras. Algunos arqueólogos protestaron vivamente:
“¡Cómo un grupo de niños, mujeres y pescadores podía improvisarse como arqueólogos!; No hay que mover ninguna piedra sin supervisión de un experto”, dijeron. ¿Dónde estaban los expertos en todo este tiempo?, respondía el Cacho.
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La pequeña pandilla se anduvo ampliando y las guías turísticas incluyeron en su recorrido habitual el lugar de las restauraciones. Entre marzo y mayo del 2001, fueron reconstruidos 15 Hare Moa, docenas de Humu Pae, y una gran cantidad de Mana Vai que se dejaron plantados con matas de piñas. Al finalizar el día de trabajo, los Rapa Nui contemplaban la obra, seguros de que los espíritus estaban satisfechos.
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Los Rapa Nui quieren demostrar que pueden tener una relación nueva con su cultura. Protestan por la botella de pisco en forma de moai. “Es como si pusieran whisky adentro de un crucifijo”, dicen.
Protestaron tanto que la realización de una nueva torre de control en el aeropuerto de Mataveri, con forma de moai, nunca se llevó a cabo. Ahora se quiere construir un hotel cinco estrellas con cancha de golf en el fundo Vaitea. Eso aportaría mucho trabajo a varias familias, pero ¿hasta dónde llega la falta de respeto por esta cultura que no se encuentra en ninguna otra parte del Pacífico? Dos playas en 160 kilómetros cuadrados no son Tahití ni Hawai.
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El Cacho sueña con una aldea. El Pai, desde su silla de ruedas, transmite todos los días a través de la radio de la Municipalidad su gran energía a la Isla entera y sueña con más unión. “Hay mucha desunión entre nosotros mismos. Ese es el problema”.
La desunión empezó a hacerse más fuerte con la llegada del dinero en forma masiva. Cuenta el Paka: “Antes, si tenía que construir una casa, el dueño pedía ayuda, y todo el mundo llegaba y ayudaba sin problema. Entre todos se cooperaba con mucha armonía. Ahora la gente se saluda distinto, se mira distinto y si quieres que te ayuden en algo, aunque sean familia, tienes que pagar”.
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Hasta hace no mucho se podía vivir sin dinero en la Isla pero eso ya cambió. Le pregunté a un niño una vez: “¿Cuánto suma uno más uno?”. El chico no supo responder. Para graficarlo, tomé un moai de madera y le dije: “Si tengo un moai de estos que hace tu padre y agarro otro moai, ¿cuánto hago? Y sin pensarlo el niño contestó: “Cincuenta dólares”.

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