La guerra del gas / J. L. Quintana
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"La guerra del gas"
José Luis Quintana
Lima, Perú
jlquintana11@gmail.com Volver En Octubre del 2003 sucedió en La Paz, sede política de Bolivia, la denominada “Guerra del Gas” que costó al pueblo boliviano 80 muertos y más de 200 heridos. Campesinos, mineros y vecinos de El Alto (zona periférica) no querían que se exporte el gas a México y California a través de puertos chilenos. Chile arrebató a Bolivia sus costas marítimas en la Guerra del Pacífico (1879) y por ello veían a éste país como enemigo histórico e irreconciliable. Argumento fundamental para no beneficiarlo con la exportación del gas por alguno de sus puertos.
Los camarógrafos y fotoperiodistas locales y de la Prensa Internacional tuvimos serios problemas para realizar nuestra cobertura periodística.
Éramos hostilizados por efectivos militares y por los manifestantes quienes reclamaban que “la prensa diga la verdad”.
Recuerdo que el lunes 13 de octubre subí a El Alto por el deshecho, por los basurales, con un grupo de cuatro colegas. La idea era cuidarnos mutuamente, como lo recomienda la FIP, de los vándalos que aprovechaban éstas circunstancias para robar.
Al llegar a La Ceja (límite entre La Paz y El Alto) una masa de indígenas de rostros cetrinos con carteles y palos marchaban hacia La Paz. Empecé a disparar, buscando imágenes testimoniales inherentes a éste tipo de protestas. Un dirigente alzando las manos me exigía gritándome que me retirará. Le dije que era de la Prensa Internacional y al sentir mi acento extranjero me acusó de ser “chileno” y vociferaba para que yo abandone la marcha. Estaba tratando de convencerlo de la importancia de graficar la lucha del pueblo boliviano, cuando vi a un encapuchado como los “sinchis” (policía) de mi país, vestido con overol oscuro y lanza artesanal en mano. Lo seguí. Ya estábamos en La Portada (zona periférica de La Paz) y al llegar a una esquina de esa populosa zona, sobre un montón de piedras que hacía de barricada, noté que el encapuchado tenía la firme decisión de saltarla. No dude. Me acerqué sigiloso con el dedo en el obturador, como un cazador tras su presa, levanté la Canon EOS y disparé las tres fotos de rigor. Congelé un instante trascendental de la historia política del país: Era el “Guerrero Alteño”. La imagen de un pueblo que lucha por la defensa de sus recursos naturales.
El límite de la fotografía es nuestro propio límite