Exposición Entre la Tierra y el Cielo: de lo divino a lo quimérico
Humberto Ríos Rodríguez México, 2006-2007
Preludio.
Cada vez en el campo de la creación en fotografía, la intención más que intentar hacer el registro de la realidad adjetivado por la lente de la cámara y los ojos del que la opera, va en función a la invención de un imaginario particular. Nociones como aquella de que lo retratado es una tajante rebanada de la realidad, cada día son un poco más superadas.
El trabajo de Humberto Ríos sorprende. Uno, por la juventud de un autor con tal fuerza en las imágenes. En segunda instancia porque asistimos al desarrollo de un cuerpo de trabajo que solo en apariencia es documental.
Utilizando el blanco y negro, articula un discurso que se sabe conocedor de la historia de lo que fue en el siglo XX la fotografía. Pero sus imágenes son digitales –esto ya empezaría a dar las señales de que en realidad no es otro fotógrafo ‘documentalista’ (‘dogma-mentalista’). Lo que pasa en él es que la imagen se crea en la mente y se recrea en la cámara.
Premonición del uso de las imágenes en el siglo XXI, parece todo aquello que no es. Sus cualidades están dadas en la oportunidad de captar imágenes complejas en cuanto a composición, oportunidad y posicionamiento.
De estas series que comenzaron en las tomas de fiestas populares, con personajes en apariencia folklóricos, siendo actos de un espectador ocasional de festejos y costumbres; el trabajo ha ido cambiando hacia la inclusión de estampas construidas, apariciones dirigidas cercanas a las estampas religiosas, cancionero de un bardo a la búsqueda de una mitología referencial, pero propia.
Pero en ninguna de estas dos versiones la dirección apuntaba a caminar por los senderos manidos del documentalismo para llegar a los mismos espacios tantas veces visitados por todos los documentales: aquí casualmente se utiliza una paleta de sombras y luces que se percibe como si fuera el clásico blanco y negro. Estas gradaciones tonales son la manera que tiene Humberto de poner énfasis en la forma y volver discursivo el ‘color’. Para llegar a una composición cada vez más compleja y un poder evocativo en el espectador a partir de lo que sólo parecía una imagen quieta e inocente.
En el panorama actual de la foto, la inclusión de su voz promete en el futuro inmediato un sonido fuerte. Proviniendo de las artes plásticas, se espera una progresiva complejidad y oportunidad en temas y soluciones. En suma, esto que el espectador ve aquí, es apenas el inicio y el reflejo de lo que –de así decidirlo el, con trabajo y persistencia- será un paso fuerte y decidido en la fotografía de nuestro país.
Gustavo Prado
Curador.
La vida cotidiana.
El sentido, como dijera un celebre antropólogo, se construye en retrospectiva. Es el momento en el que el pasado se junta con el presente cuando el tiempo se vuelve extraordinario, cuando se quiebra el mundo cotidiano, es el momento en que la vida se vuelve teatro, y la mascara un recurso frente a la muerte.
Este momento de realidad exaltada solo puede ser construido sobre la base que forma el transcurso de la vida cotidiana. Es de hecho desde su devenir y total contingencia, de donde surgen todos los elementos que luego habrán de encontrar su foro de expresión en la fiesta. Ningún acto, ningún objeto del tiempo ritual podría ser significativo si no se proyecta sobre la pantalla del tiempo siempre presente e irreducible de la vida cotidiana, pues es de esta de donde extraen su existencia. Así, el mito y el drama que lo impulsa esta inserto en cada instante de la vida del individuo y su comunidad, del mismo modo en que lo sagrado se encuentra, aunque invisible, presente en cualquier acto profano.
En la fiesta popular donde la religión judeocristiana y la Biblia, así como diversas formas autóctonas de entender el vínculo con lo sagrado se han conjugado con el drama de la vida cotidiana, el sentido habrá de brotar del contraste que hace visible lo invisible, ante el cual se desvanece lo literal y da comienzo lo simbólico. Los objetos y los actos adquieren un nuevo valor, lo pequeño y lo grande, lo claro y lo oscuro, lo real y lo falso, así como la vida y la muerte, entran en conflicto y en armonía, contradicciones y oposiciones se enfrentan y se resuelven en un mismo lugar dotando de un nuevo sentido a cada acto rutinario y desgastado, formando un ciclo donde mientras que lo sagrado habrá de renovar el sentido perdido, lo sublime siempre nacerá de lo cotidiano.
Alvaro Hernández
Etnólogo