Las sombras habitan el lugar, dueñas del espacio, como las antiguas almas que padecieron el encierro. Siguen allí. Ellas caminan aún esas celdas y pasillos, ahora en completa libertad. Imposible sentirse totalmente solo. Intuí ciertas presencias, casi amigables y serenas, como el amigo que te recibe en su casa para que conozcas sus más preciadas posesiones.
Me acompañaron, mostrándome algo que les fue propio, impuesto o merecido; vivido durante meses y años. Su casa. Esa casa que, durante mucho tiempo, los alejó de la vida real que conocemos para imponerle esa vida en porciones, que se colaba por entre las rejas, hasta pagar su deuda.
Las ventanas que abundan, dividen con sus gruesos barrotes la entrada de la luz, que es vida y esperanza. Esas ventanas que permitían soñar con el afuera. El afuera, que era a la vez, el pasado y el anhelado futuro.
Vi que, hasta las paredes llevan su carga de espanto. Las sucesivas capas de pintura fueron cubriendo los pensamientos y sueños escritos en ellas. Se fueron secando y retorciendo sobre sí mismas, no queriendo dejar escapar tantos pesares, esperanzas y amores perdidos.
Todo, pero todo, lo cubre el silencio, profundo, visceral, como en las noches interminables del presidio.
Pero hoy, todas las penas se fugaron. Esas ventanas y esas rejas ya no retienen vidas. Apenas unos pocos espíritus, se han quedado perdidos y sirven de anfitriones en ese tour por la vieja cárcel.