Caminan mis pies sin horizonte,
recorren, sin querer, sendas desconocidas;
mis ojos perdidos no reconocen nada,
la luz, las sombras, el viento,
el sol; es todo tan vacío, tan opaco,
no veo ventanas abiertas,
tal vez no quiero ver nada,
tal vez ni eso recuerdo.
Pasean recuerdos en mi mente, golpean
con fuerza mi frente, desde adentro;
acaricia, luego, un pensamiento
que parece ser el tic tac de un tiempo
pasado, un tiempo que quiere volver;
mis manos a tientas alcanzan la llave
que promete dejarme escapar de este templo
de fantasía; giro lentamente el seguro,
una luz confusa me ilumina, tengo miedo,
mis piernas tiemblan, mi voz se desvanece
con un suspiro, un gemido muerto,
un río sin agua.
Abro con premura los ojos, no veo nada
y eso me atemoriza, tanta oscuridad
me dejó casi ciego; me adapto
poco a poco al brillo del día, con cautela
doy paso tras paso, la confianza
va desvaneciendo los miedos.
Recorro los caminos, me parecen conocidos,
pero no hay nadie, está todo desierto;
a lo lejos escucho voces que llaman a alguien,
me parece un nombre muy extraño,
mi voz quiere responder, pero mi lengua lo impide,
el temor se hace grande y me lleva deprisa
a las sombras.
Autor desconocido
El límite de la fotografía es nuestro propio límite