El ojo que ves... / Enrique de la Uz
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"El ojo que ves..."
Enrique de la Uz
Cuba
edelauz@cubarte.cult.cu Volver Esta es la primera vez, según creo conocer, que Enrique de la Uz se interesa en el retrato como género fotográfico. Pero honestamente, no se si él estará de acuerdo conmigo en que esta exposición que hoy nos presenta es un ensayo sobre el retrato. Es curioso que lo haga ahora, a más de tres décadas de distancia de la época en que el retrato fue una de las propuestas más interesantes de los fotógrafos de su misma generación. Recuerdo, y es obligado mencionar, Centenarios de Iván Cañas (1969), En el Liceo (1979-80) de Marucha, los Compatriotas (1972-1982) de Figueroa o Con sudor de millonario (1970) de Rigoberto Romero y Leovigildo González. Fueron años en que la demanda social pedía al fotógrafo un documento incuestionable de identidad, contextualidad, humanismo y dignidad... reto casi inalcanzable, de una sola vez, para un registro de diafragma… pero que esos autores supieron hacer con una dosis tan profunda de universalidad que aún hoy se constituyen en obras trascendentes más allá de la lectura social y la connotación política epocal con que fueron valorados. En todas ellas –y hablo de las imágenes-, el sujeto miraba a la cámara, la agredía, dialogaba con el fotógrafo sin mediar palabras, tenía que probar su plena conciencia de ser retratado, y a través de sus ojos, constituirse en el paradigma de su origen, su grupo social, y sus sentimientos. No importa ya si esos hombres genéricos que fueron retratados existen aún con la misma actitud de entrega y sentimientos, como tampoco importa si sus motivaciones son las mismas de hace 30 años, pero no cabe dudas de que lo que trasmitieron y dialogaron con el fotógrafo, no fue sólo la representación de un panfleto. El retrato de los 70´s en Cuba, sigue siendo uno de los capítulos memorables de la historia de la fotografía cubana.
Entonces, ¿qué conecta a Enrique con esa tradición? Pienso que es el interés de ¨revisar¨ un género que ahora ve con ojos más reposados, distanciados, menos ¨comprometidos¨ con su tiempo y en esa misma medida ¨pensando¨ en el lenguaje del medio fotográfico mismo sin otra mediación que no sea el concepto de su propuesta. Para ello, no tuvo reparo en acudir a un sinnúmero de negativos de sus archivos (tomados entre 1994 y el 2003) que nunca consideró como ensayo unitario, sino parte de otros trabajos de corte periodístico, imágenes aisladas, e incluso los residuos de su trabajo como fotógrafo de stills en la última década. Estas fuentes diversas en circunstancias y tiempos prueban que su mirada de ahora es una visión a la que no le interesa la veracidad de la imagen, -muchas de ellas teatrales y ¨posadas¨- o lo ortodoxo del ensayo fotográfico de antaño, pero manipulables todas para probar su nueva manera de acercarse al género. En otras palabras, utiliza de sus archivos lo que le es útil para, no sin humor y cinismo, colocarnos en una situación de inseguridad, donde desplaza al verdadero sujeto retratado que ya no es el que aparentemente se enfrenta a la cámara o está contenido en el fotograma; ni es tampoco el visible al fotógrafo que históricamente fue el mediador entre sujeto y representación; y mucho menos el que el espectador recibe. Lo que hace Enrique en estas imágenes es sugerir al sujeto mismo del retrato, que está allá, en otra dimensión, fuera del negativo y de la impresión, y que debemos intuir como una última opción. Como un panning nos mueve por los distintos planos de mediación físicos e intelectuales que somos: de nuestra mirada de observadores a la del fotógrafo, de la del fotógrafo al sujeto más cercano, de éste a otro punto donde quizás esté el centro de la idea, o quizás no. Estamos hablando entonces de un retrato elíptico.
Definitivamente no somos el ojo que ve, sino el ojo que ves, sin ninguna garantía. Eso parece decirnos.
Cristina Vives
La Habana, agosto 2003
El límite de la fotografía es nuestro propio límite